Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

tetrasquel:

Los últimos
druidas

(I)
Serie de artículos que el autor publica todas las semanas
en el diario de LA NUEVA ESPAÑA

La enseñanza
Rural

por Celso Peyroux

Hace ya de esto muchos años cuando el Valle de Saliencia no tenía carretera, a Pedroveya había que subir por el desfiladero de Las Xanas, Traspeña y Banduxu se alumbraban con candiles, Tenebreo carecía del líquido elemento, a Montoubo no llegaba la telefonía y en Entrago las aguas mayores había que evacuarlas en Los Cabanones. Pero todos los niños y niñas tenían una escuela –más o menos acogedora- donde ensanchaban las luces del entendimiento, aprendían de la naturaleza e incluso ayudaban a sus padres y familias en las labores del campo.

Ahora hay de todo o de casi todo: incluso hasta demasiadas pistas forestales; plásticos y electrodomésticos abandonados en las orillas de los ríos y vertederos incontrolados; plaquetas, azulejos, uralitas, colores inapropiados y otros desatinos y barbaridades que se vinieron haciendo con las nuevas viviendas o aquellas que se remendaron.

Algo y mucho está fallando en el medio rural. Algo tan grave y tan irreversible como es el total despoblamiento en las dos próximas décadas. La proyectada metrópolis en el centro de Asturias absorverá, como una esponja, las familias rurales que buscan otros horizontes. No ha de faltarles salas múltiples de cine, amburgueserías, ludotecas, salas de internet... y grandes avenidas cubiertas con bóvedas de cartón piedra y cielos virtuales sin luna y sin estrellas, donde las gentes se hacinarán como la “vecera” de corderos de Antón de Felisa.

Los hijos se van, es decir les obligan a irse, y los padres les siguen intentando buscarse la vida en un medio desconocido y por ende hostil donde no resultará fácil abrirse camino a unos y a otros. Con todos los respetos hacia los planes educativos, no hay sabiduría mayor que la que se aprende en la universidad de la vida y la que trasmite el medio natural en el propio escenario donde brotaron las yemas de la raíz primigenia.

“Los últimos druidas” –título de estas columnas, desde hace dos años- era una premonición y un destino anunciado. Requiem por el campesino asturiano y la bella y generosa -magister dixit-enseñanza rural.

Los últimos druidas
El corredor
de la tentación
CELSO PEYROUX

Corren nuevos tiempos. Un aire fresco ha ventilado las salas de los despachos y aspirado el polvo de la arrogancia, de la intolerancia y de la prepotencia que había debajo de las alfombras. Bueno sería hacer todos causa común para ir en busca del tiempo perdido pero también mirando al pasado para no cometer los mismos errores; “desarrollar para atrás” –como dice José Saramago- creando un sentido nuevo de los deberes humanos.

En efecto, hace muchos años que La Ilustración y Los Enciclopedistas trazaban la esencia del ser humano porque creían que un mundo mejor era posible: el pensamiento crítico, la defensa de la dignidad de la persona, la noción de la tolerancia y del respeto, las igualdades sociales y una aspiración a la paz perpetua.

Pero no fue todo. Uno de aquellos sabios –de cuyo nombre si quiero acordarme, Voltaire-, nos legó entre sus ideas de aquel tiempo, a través de la pluma, un pasaje que ahora y siempre podrá ser tenido en cuenta y para el que nunca habrá prescripción porque forma parte de la condición humana como una de tantas miserias.

Engañado siempre un príncipe oriental –escribe el pensador- un sabio llamado Zadig le propone, a la hora de buscar un nuevo tesorero del reino, que los candidatos se pasearan por un corredor repleto de joyas y de oro, antes de que en la sala del trono, el príncipe se decidiera por el más honesto. Pide el sabio a la orquesta real que se arranque por la danza de los siete velos, o algo así, invitando a los candidatos a bailar sin cesar ante la presencia del prícipe. ¡Qué rateros!, de entre los sesenta pretendientes sólo uno bailó, como un descosido, dando brincos y piruetas. “Alteza –le dijo- he aquí un hombre honrado”. Los demás no habían osado bailar por miedo a que les cayera de bolsillos y faltriqueras el oro y las joyas robadas durante el paseo.

Tres siglos después no estaría de más poner en práctica la genial prueba de “el corredor” del sabio Zadig. Se evitaría el desfalco del erario público de Muros de Nalón y que Colón de Carbajal, De la Rosa, Lasso de la Vega, Roldán y otros estén entre rejas. “Dura lex, sed lex”.

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