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Palabras clave, tags: plantas asturianas, botánica, brañas, etnografía, etnolingüística,

“En todo caso, conocer los nombres de las plantas y la fauna en el habla local es una condición útil para contribuir a su supervivencia. Aquello que goza de un nombre es culturalmente reconocido. El nombre vernáculo tiende un abrazo de afecto a la especie nombrada"
(Pascual Risco Chueca)

El léxico de las plantas más frecuentes en las brañas: uso animal y humano. Etnobotánica
(ver vocabulario explicado en PDF)

Publicado en el libro:
Las brañas asturianas:
un estudio etnográfico, etnobotánico y toponímico
.

Julio Concepción Suárez,
en colaboración con Adolfo García Martínez
y Matías Mayor López.
Edita Real Instituto de Estudios Asturianos.
RIDEA. Principado de Asturias.
Oviedo (pp. 120-150)
.

El hombre, desde tiempo inmemorial fue adquiriendo en la práctica diaria un conocimiento botánico de su entorno inmediato, en función de dos factores elementales: las plantas útiles y las dañinas.

Por ello, en la breve relación que sigue seleccionamos aquellas plantas más comunes en la diversa geografía asturiana de montaña, que responden a esos dos criterios (beneficioas o perjudiciales, útiles o inservibles).

La dificultad para la selección radica en la diversa nomenclatura que puede recibir una misma planta en conceyos distintos: en ocasiones nunca se llega a saber del todo si se trata de la misma planta con nombres distintos; o de un mismo nombre para plantas diferentes (como la valeriana, por ejemplo, que designa especies científicamente diversas).

Importantes eran ciertos componentes de las plantas a la hora de componer los colores para los diversos usos domésticos (tintes, pinturas...), con los que se darían tonos a los tejidos, se pintarían las casas, o se marcarían las maderas a la hora de serrar.

Así, en la época del verano y del otoño se iban buscando por los montes las cortezas del abedul para formar el color verde; el lirio morado, para el marrón; las bayas de la yedra, para el negro; los frutos del xabú, para el morado; el lirio amarillo o la espinela, para el grisáceo...

Al mismo tiempo, se acudía a los yacimientos minerales para recoger otros componentes de las mezclas, y para fijar los colores: magre, carbón, jierru (fierro)...

De la abundancia de estas plantas y de su imprescindible función etnobotánica en la vida de las montañas habla de forma expresiva la toponimia: numerosos nombres de lugar atestiguan por toda la geografía asturiana la existencia de árboles, arbustos, yerbas..., mediante una especie de lenguaje del suelo (el lenguaje toponímico), con el que los nativos se entendían con precisión a la hora de informarse mutuamente sobre los lugares más propicios a cada una de las especies utilizadas.

Incluso cuando de la planta ya no quede hoy en el paraje más que el nombre: como tantos Robleos, Carbayeos, La Fresneda..., asfaltados, azulejados y con bloques de casas de varios pisos. A modo de ejemplo, citamos unos cuantos topónimos (fitotopónimos) más usuales en cada planta.

En fin, con palabras también de Pascual Riesco Chueca:

“El conocimiento empírico en cuanto a lugares y naturaleza que poseen los residentes sirve como suplemento y piedra de toque para los datos científicos [...]

Se trata de aprovechar la cultura oral referida al territorio, en particular la toponimia y la geografía popular, como fundamento para arraigar las iniciativas de paisaje en la conciencia colectiva.

El paisaje tiene su propio lenguaje, que no pertenece sólo al registro culto; y los topónimos de un determinado espacio contienen a menudo claves para la interpretación del territorio”

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