Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

 

"Callar y quemarse es el castigo más grande
que nos podemos echar encima"

(García Lorca)

l'urogallo: el gatsu monte

Algunas reflexiones sobre el conceyu Lena

"La verdad es la que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés"

(Antonio Machado).

La "lectura" de un paisaje, como cualquier otro tipo de lectura, tiene dos caras: de un lado, la que nos agrada, las bellezas, el entorno conservado; del otro, la que nos deleita menos: las torpezas realizadas, el medio maltratado. Mejor dejar los detalles de esta fastera por el momento

Ahora bien, como siempre que vamos leyendo un texto, también ante un paraje hemos de tomar postura: crecemos, aplaudimos, disfrutamos con lo que nos gusta y se respeta; lamentamos, en cambio, nos paraliza, nos deprime, lo que se destruye, a veces por destruir simplemente.

En todo caso, la realidad no es otra: cada uno y cada una ve lo que quiere (o lo que puede) ver. Todo es discutible, por supuesto. Pero lo que no tiene sentido a estas alturas de los tiempos es pensar que también los paisajes, los caminos, las calzadas antiguas (vías pecuarias, con miles de años en muchos casos), los manantiales cristalinos (tan mimados tiempo atrás por los lugareños), los aires de los montes, las esponjosas praderas de las brañas, el murmullo de los robledales, el sotobosque impecable de los hayedos, los vestigios megalíticos, las cuevas decoradas por los siglos en las entrañas de las calizas..., son propiedad al capricho de unos cuantos.

Y, precisamente, porque todo es discutible, pero, sobre todo, porque el monte no es nuestro, nos invaden las dudas sobre cómo actuar ante tantos desperfectos intencionados en algunos parajes que cruzamos y vamos leyendo al pasar. Sirvan estas reflexiones al azar.

1. Por ejemplo, las páginas publicadas en algunos manuales a modo de guía, para saborear mejor las andaduras (y con los cinco sentidos), en algunos casos, tal vez estuvieran mejor empolvadas en cualquier estante atiborrado, o invisibles en un lápiz de ordenata. Algunos amigos, cuando lo discutimos sobre el senderu, opinan así también: recorrer las sendas, describirlas, fue una necesidad y un placer personal (nadie iba a evitarlo, por supuesto); pero publicarlas, ¿para qué? (libros de rutas, mejores o peores, ya hay bastantes).

Para qué especificar más detalles, si sólo van a animar a algunos/as a llenarlos de basuras, de cartelinos sin gracia alguna, o de rodadas a discreción por camperas esponjosas, compitiendo a ver quién mancha más de barro las ruedas y el motorín, para presumir después en el pueblu...?

2. Porque, en realidad, ¿para qué señalar dónde hay una cueva con estalactitas y estalagmitas; dónde hay un dolmen o un túmulo milenarios; dónde un cazoleta o un mortero castreño; dónde una pedrera de la calzada romana; dónde hay cabanas habitables; dónde hay vaqueros, sin que nadie los moleste; dónde unas vetas de mineral precioso; dónde las huellas o las señas del furón, del urogallo, o de la marta; o dónde hay un despoblado silencioso y centenario (por supuesto, nunca un pueblo "abandonado")? Porque la palabra despoblado nada tiene que ver con la de abandonado: simple cuestión de hojear (y ojear bien) el diccionario.

3. El lenguaje tampoco puede (no debe) colaborar (eso ya de ningún modo) con la destrucción de los cantaeros de urogallos, los pasos, paseos y sesteos de corcios y robezos, las pisadas en el barro de algún melandru despistáu; las costumbres nocturnas de las curuxas, el armiño, el el malvís, picatorneru... Intentamos "cuidar" en este punto las deixis del lenguaje (los detalles excesivos, vamos...). Que no se pasen tampoco en este punto los deícticos; que se aclaren sólo en las páxinas de la gramática.

4. Dicen algunos (y razón no les falta) que, de no proteger lo poco que va quedando, ¿para qué pregonarlo encima y ponérselo más fácil a unos pocos desalmados?: ¿para que sean más todavía los que sigan destruyendo el entorno rural de estas montañas? Mucha pena da pasar por lo que fue un pueblo templario, una humilde ermita de puertas abiertas, una cabana en la braña, un caserío (que tiene su dueño o dueña), donde hasta los teyaos, los correores, las cazuelas, las alacenas, andan fechos cachos y de la mano al ras de las caleyas o entre los artos. Pues ellos solos ni saltaron por las ventanas, ni abrieron las puertas para salir fuera.

5. Ahora bien, mirando la moneda por la otra cara, ¿por qué preservar los secretos a placer de esos pocos impasibles desalmados, que piensan seguir campeando impunes, puesto que sólo ellos saben cómo llegar a La Cueva Bosbigre, a La Cueva Gancios, a La Cueva'l Yanón, al Dolmen de Carabanés, al Túmulo de los Veneros, o a los texos, los centenarios y misteriosos texos semidormidos en el silencio boscoso de La Xuncal?

6. ¿Por qué sólo ellos van a seguir sabiendo por dónde se sienten mejor los murmullos del Blime, los fayeos de Mazariezas, los abiulares de La Caviyera, el robledal de Los Vayos, o los acebales de La Sapera?; o ¿por qué senda encontrar la delicada planta del lique, los aromas de la xistra, las discretas matas de las gayubas (las gabuxas), o las delicias más sabrosas de los viruéganos y los refrescantes bruseles asilvestrados, semiescondidos entre las breñas de cualquier braña?

7. Tal vez, al asoleyalo en unas páginas, por lo menos conseguiremos que el placer de la destrucción (la exclusiva de los desguaces), a los unos no les siga resultando placentera y a discreción completa. Y a los otros, mayores y menores con intenciones más sanas, les sirva para valorar lo que tenemos, aunque sólo sea cuando ya es tarde en muchos casos. El cuidado de las cosas (la verdadera cultura, el culto, el cultivo de lo que tenemos) se despreció por demasiado tiempo: el paso de la vida rural a la urbana (o a la urbanita, mejor a veces), de lo más sólido a lo más fluido (la modernidad líquida –que dice Zygmunt Bauman ahora-) se llevó por delante miles de años en tan sólo unas décadas. Hasta las voces más críticas procuraron tantos y tantas silenciar, sólo porque no llevaban las siglas del partido de turnu ni en la lengua, ni en el platu, ni en la solapa ni en el alma.

8. En fin, de otro lado, conocidos (bien asoleyaos) estos trazos de nuestra entrañable cultura rural asturiana (pobre o rica, es la que tenemos), ¿seguirán quienes pueden remediarlo, pasando del tema mientras no haya dinero, inauguraciones, pinchos, recepciones, votos, o especulación, por el medio? (que también, al lado de otras medidas, tendrían su lugar en su momento, por supuesto).

Lo dicho, no sabe uno qué es mejor: si dejar las cosas dormidas entre las zarzas, bajo las tierras de patatas, entre las murias y la foyarasca, entre los parrotales inextricables, entre los ortigales y las barcias (su mejor protección, por lo visto); o rodearlas de cartelinos, pa que acaben de espiazar las cosas na más ponelos (cuando todo queda reducido a cartelinos y flechinas, claro).

Tiramos, una vez más, por el senderu del medio: para eso están las palabras, ahora incluidas las virtuales y digitales de la red, por supuesto. ¡Qué se va a facer: lo que ye, ye! -que dicen los paisanos.

Porque, en definitiva, ¡para qué estará  esa preciosa, centenaria, milenaria educación ya desde bien pequenos y pequenas!; ¡esa educación que tantos y tantas docentes se esgañitan cada mañana ente los pupitres, pero con tan pocas resonancias demasiadas veces, tras las ventanas del aula!

Y porque, como último recurso, nos queda la frasiquina de la tribu india azteca, de los Ute): “Tierra, enséñame a renacer, como la semilla que se eleva en primavera".

Xulio Concepción Suárez
(www.xuliocs.com)

(Reflexiones sobre el patrimonio lenense, ya publicadas en el libro
Por las montañas de Lena (1998),
de
Julio Concepción Suárez
Pasar a información cultural

Índice alfabético de contenidos