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Última rampa de ascenso a la cumbre.

Wildspitze,
techo del Tirol

Elisa Villa
(XII)


Artículo publicado
en la revista del
Grupo Montañeros Vetusta

de Oviedo,
no. 76, mayo de 2008)
(evilla@geol.uniovi.es)

Las mayores alturas del Tirol se encuentran en los Ötztaler Alpes, un inmenso reino de glaciares y ásperas montañas, en el que se abren profundos y amplios valles que son asiento de acogedoras aldeas


Refugio Breslau, situado sobre el valle de Vent.

Ya habíamos consumido once días de nuestras vacaciones tirolesas y el balance era satisfactorio: el tiempo había sido lo suficientemente bueno como para permitirnos conocer muchos hermosos rincones del valle de Otz, el Ötztal, ese gran surco glaciar que, desde su cabecera en la frontera italiana hasta desembocar en el Inn, deja entrever toda una sucesión de valles menores, verdaderas ventanas abiertas hacia las alturas de los Alpes de Stubai y de los Alpes de Otz.

Entre las muchas posibilidades que el Tirol occidental nos ofrecía (y que fueron causa de tantas dudas en los meses anteriores), ahora sabíamos que habíamos elegido bien: el Ötztal permite diseñar excursiones muy variadas y atractivas, incluso para una sola jornada. Es decir, aunque sea a base de superar fuertes desniveles, es posible salir cada mañana del fondo del valle (o de algún punto algo más elevado, al que se habrá llegado en coche o en autobús) y alcanzar cotas que rozan los 3000 metros, regresando al hotel para la hora de la cena.


Amanecer en el Refugio Breslau.

Así habíamos hecho durante aquella semana y media. Con la ayuda de mapas y guías y, sobre todo, con los consejos de Frau Grünner, propietaria del acogedor hotel de Au en el que nos alojábamos (y entusiasta alpinista ella misma), habíamos ido descubriendo preciosos valles, lagos escondidos, cuya sola contemplación ya merecía una excursión, y hasta habíamos pisado unas cuantas cumbres y altos collados. Las aguas turquesa del Lago Hauer, la subida al retador Nederkogel (3.163 m), o la larga marcha entre Gurgl y Vent atravesando el elevado paso de Ramoljoch (3.189 m), se contaban entre las mejores impresiones que el Tirol nos había regalado.


Chimenea de ascenso al collado Mitterkarjoch

Pero algo no estaba saliendo tal y como habíamos planeado... Cada mañana, al sentarnos a desayunar, nuestra mirada buscaba la hoja con el pronóstico meteorológico que los responsables del hotel nos dejaban en la mesa. Esperábamos encontrar en ese avance dos días seguidos de sol radiante, de ausencia total de nieblas o tormentas, unas garantías de tiempo perfecto que, hasta ahora, no se habían dado. Y es que, conocedores de que el Wildspitze, el punto más alto del Tirol, no ofrecía grandes dificultades, la idea de coronar su cumbre había empezado a rondar nuestra cabeza. Para ello pensábamos contar con un guía profesional y debíamos reservar alojamiento en el refugio desde el cual se acomete la cima. Pero, como es natural, no nos parecía que valiese la pena afrontar ni los costes económicos ni el esfuerzo físico que la ascensión suponía si ésta iba a estar premiada con la angustia de una inminente tormenta o la ceguera de la niebla.


Salida del collado Mitterkarjoch al glaciar de Taschach

Aquella lluviosa mañana del 24 de julio, cuando sólo nos quedaban cinco días de estancia en el valle, el dibujo deseado apareció ante nuestros ojos: ¡unos soles redondos y amarillos acompañaban el pronóstico de las dos jornadas siguientes! No lo dudamos un instante: había que aprovechar esta ocasión. Un miembro de la familia Grünner nos hizo las llamadas pertinentes y, dejándolo ya todo acordado y reservado, nos marchamos a visitar, entre truenos y aguaceros, la provincia austriaca de Voralberg.


Mapa de la región del Wildspitze,
con el itinerario seguido en la ascensión

Se cumplió el pronóstico y el miércoles 25 de julio amaneció radiante. Después de la tormenta, las montañas estaban especialmente bellas, con los glaciares luciendo un blanco inmaculado gracias a la nieve caída en las horas anteriores. Con calma (ese día nuestro único objetivo era llegar al Refugio Breslau) hicimos los preparativos y recogimos el equipo en la oficina de los Guías de Montaña de Längenfeld, donde nos informaron que, a la hora de la cena, nos encontraríamos en el refugio con Patrick, nuestró bergfürher .


Una cordada asciende por el norte, desde el Pfiztal.

Para subir al Breslau debemos trasladarnos a Vent, final de carretera y último pueblo de un gran valle que allí se bifurca en otros dos, prolongándose aguas arriba hacia lejanas cabeceras de las que cuelgan impresionantes glaciares. A nuestros ojos, estos glaciares todavía parecen masas de hielo muy extensas, pero lo cierto es que están en rápido retroceso. En 1992, como consecuencia de su fusión, aparecieron los restos de un cazador que vagaba por la zona hace 5000 años. Hablamos de Otzi, el famoso hombre de los hielos .


La cima sur, cumbre principal del Wildspitze.

A pesar de ir cargados con pesadas mochilas, el paisaje es tan bello que subimos entretenidos: hay momentos en los que tratamos de identificar el collado en el que apareció Otzi , en otros intentamos calcular distancias de recorridos que se nos antojan atractivos, de vez en cuando volvemos la vista a la ladera por la que, hace pocos días, descendimos del Ramoljoch, nos sorprendemos con el casi infinito número de cumbres que aparecen a medida que se gana altura… y, así, casi sin darnos cuenta, nos vemos cruzando la entrada del Refugio Breslau.


Llegada a la cima.

El Breslauer Hütte, situado a una cota de 2.844 metros, es tan cómodo y acogedor como suelen ser todos los refugios alpinos. De él diremos, por si algún lector está interesado en conocer estos datos, que la media pensión (cena, desayuno y litera con mantas, en habitación de cuatro) el verano pasado costaba 48 euros, que se reducen a 34 para los federados. En cuanto a los servicios del guía al Wildspitze, ascienden a 90 euros por persona, un precio en el que, aparte de cuerda y arnés, están incluidos piolet, bastones y crampones (la tarifa no varía si se lleva material propio).

Patrick apareció puntualmente a la hora de la cena y nos convocó a una reunión para momentos después. Allí nos saludamos, nos presentó a dos montañeros (un alemán y un austriaco con los que formaríamos grupo), nos dio instrucciones acerca del equipo y provisiones que debíamos llevar, y nos sometió a los cuatro a un pequeño interrogatorio sobre las actividades que habíamos realizado últimamente. Parece que las caminatas que mencionamos fueron suficientes para convencerle de que no éramos unos turistas despistados. Mientras tanto, la oscuridad, que ya se había adueñado del profundo valle que había a nuestros pies, ascendía devorando las que, hasta poco antes, eran resplandecientes montañas. Afortunadamente, aún tuvimos tiempo de salir al exterior y contemplar cómo desaparecían de las crestas los últimos resplandores anaranjados.


Arista entre la rocosa cumbre principal y la cima norte,
cubierta de hielo.

La hora de salida se fijó para las cinco y media de la mañana, pero una hora antes todo el refugio hervía de actividad. Los relajados y tranquilos huéspedes de la noche anterior se agitaban ahora de aquí para allá, cerrando mochilas, haciendo sonar hierros, empaquetando cuerdas y luciendo, en general, unos equipos tan técnicos que una se preguntaba “Y yo… ¿qué demonios hago aquí?” .

Nuestro grupo comenzó a caminar a la hora fijada. Aunque todo era penumbra, veíamos por delante otros muchos bultos negros que avanzaban despacio. La senda discurría sobre un aburrido pedrero y lo único interesante de esa primera parte era el espectáculo que formaban las cumbres al recibir los primeros rayos de sol. Pronto llegamos a un glaciar, formado por hielo oscuro cubierto de fragmentos de roca, cuya pendiente aumentaba hacia el fondo del circo. Fue allí donde Patrick decidió que había que encordarse y poner los crampones.


En la cima norte, con la cumbre principal a la espalda.

Desde el borde del glaciar vemos que los grupos que nos preceden ascienden un tramo del circo, pero luego giran hacia la pared de roca de la izquierda y en ella se pierden de vista. Cuando nos llega el turno y alcanzamos la pared, comprendemos que nos encontramos ante la chimenea de la que Patrick nos había hablado la noche anterior, un tramo de empinada trepada, en cuya parte central hay unos cuatro metros que, según sus informaciones, son de tercer grado. Pero no hay problema: superamos fácilmente el paso, con la tranquilidad que da saberse firmemente asegurado y con la sorpresa agradable de comprobar que las puntas de los crampones se agarran estupendamente a las laminillas de micas de los esquistos (y, bueno… habría que añadir que quizá en vez de un tercer grado fuese sólo un 2,75).


Vista desde el Wildspitze hacia el valle de Vent
y las montañas situadas en la frontera con Italia.

La chimenea termina en el collado de Mitterkarjoch, a 3.470 metros de altura, y ante nosotros aparece un mundo deslumbrante de altas cumbres e inmensidades blancas. Nos encontramos sobre el glaciar de Taschach, que desciende de la cumbre del Wildspitze hacia la vertiente norte del Pifztal. La pendiente es ahora suave y el ascenso hacia la cima muy fácil… si no fuese porque la altura ya deja sentir sus efectos. A pesar de ello, comprobamos con satisfacción infantil que nuestra cordada, casi imperceptiblemente, va alcanzando a algunas de las que van por delante. Sin embargo, los últimos cien metros de ascenso por la rampa de nieve son especialmente fatigosos, de modo que, cuando ésta termina y surgen las rocas, encontramos un cierto alivio en utilizar las manos. Pero la alegría de poner pie en la cima se hace esperar: a un paso de la cumbre hay que detenerse largo rato para permitir que descienda de ella una fila interminable de montañeros. ¡Aquella mañana no menos de sesenta personas alcanzaron los 3.774 metros del Wildspitze!


Glaciares de la vertiente norte.

Y, al fin, arriba. Vienen las felicitaciones, las fotos, las miradas hacia el infinito. Patrick va identificando puntos en el océano de montañas en el que nos encontramos, del que no se adivina el fin por ninguno de los cuatro puntos cardinales: aquello es Italia, y eso más lejano Suiza, esos son los Alpes de Baviera, aquellos los de Stubai…

Y entonces nos propone un plan: no regresaremos por el mismo itinerario, sino que nos dirigiremos a la cercana cumbre norte, un promontorio de hielo, y desde ella descenderemos por la cara septentrional, haremos una travesía hacia el este, y volveremos hacia el valle de Vent por la arista oriental del Wildspitze. El recorrido discurrirá casi por entero por glaciares. Todos los demás grupos, sin excepción, vuelven a repetir el camino de subida (me puedo imaginar el embotellamiento que se producirá en la chimenea...), de modo que el nuestro, a partir de ese momento, va a adentrarse en el reino de la auténtica soledad... ¡Un regalo impagable!


Glaciares de la vertiente sur.

Pero el reino de la soledad es también un reino complicado, en el que, ahora sí, la presencia del guía es absolutamente imprescindible. El descenso de la cumbre norte se efectúa por una rampa con bastante inclinación, que parece terminar por debajo en un cortado. Patrick no deja ningún cabo suelto e introduce en el hielo un tornillo en el que fija un estupendo seguro. Después de aquello, ya todo es caminar y caminar… Primero, efectuando una hermosa travesía casi horizontal y, luego, ascendiendo de nuevo hasta un punto de cota 3.470 m, situado en un costado del Wildspitze, desde el cual regresamos a la vertiente sur.

Y seguimos avanzando, ahora cuesta abajo por el glaciar de Rofenkar. Vamos caminando, sí, ¡pero por los bordes de los agujeros de un gigantesco colador! Porque eso es lo que parece el Rofenkar, surcado por pavorosas grietas con una abundancia que no podíamos imaginar. Por añadidura, aquellos negros abismos están a menudo cubiertos por la nieve caída dos días antes. Pero eso no es ninguna sorpresa para Patrick, quien emprende una concienzuda búsqueda de pasos, tanteando con el piolet, derrumbando puentes de nieve, confiando en otros, invitándonos al salto unas veces, aconsejando pisada suave en otras, y deambulando por el glaciar como por un laberinto del que parece casi imposible encontrar la salida.


Un momento de la travesía por la ladera norte del Wildspitze.

Al principio, ante tanta dificultad para avanzar, me pregunto por qué Patrick no abandonará el glaciar y se dirigirá a la acogedora y segura pared de roca que tenemos a nuestra derecha. No digo nada, pero no pasa mucho tiempo sin que mi pregunta encuentre una contundente respuesta: la pared es una bolera vertical por la que, con gran estruendo, se desprenden rocas cada pocos minutos.

Poco a poco, el zigzagueante itinerario de nuestro guía va encontrando pasos adecuados y vemos acercarse el final de la lengua blanca. El sol aprieta tanto en esta ladera meridional que, en la parte baja, la superficie del glaciar está recorrida por auténticos torrentes. Con la botas chapoteando entre el agua damos los últimos pasos por el hielo y alcanzamos la orilla de un pequeño lago que se forma en el frente del glaciar. Ha llegado el momento de desencordarse, quitar los crampones y despedirse del guía y de los otros compañeros.

Las agujas del reloj se acercan a las tres de la tarde cuando cansados, pero contentos, avanzamos por el sendero que, cerrando el círculo, nos devuelve al refugio.

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