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La música melguera de
La Cotsá Propinde en Lena:
de las sendas prerromanas a los nuevos aires del dos mil

Presentación del disco
Casa de la Cultura.
Pola de Lena.
Xulio Concepción Suárez.

Resulta ciertamente placentera en estos tiempos la presentación de un CD musical que no titubea un instante en bautizar el propio grupo con el nombre articulado en la fonética asturiana inmemorial de los vaqueros lenenses de aquellos altos. La Cotsá Propinde. Así como suena, con -ts- vaqueira y too; -ch- ya en muchos casos; pero -ts- sin más caxicalinas nin remilgos (la l.l, ll con los dos puntinos debaxo en la portada del disco, que representan estos jóvenes ahora).

La misma articulación lugareña que siempre se oyó en las cabanas de aquellas brañas al mor del fuibu, o en conversación sosegada por aquellos senderos en torno a La Vía Romana de La Carisa (La Paradietsa, Cuaña, Bostabide, Mayéu Fierros, Tsastras...). La misma articulación vaquera que aplican todavía hoy los mayores al mismo poblado de Pendilla, unos metros más abajo por la vertiente leonesa. Pindietsa. No está sola, ciertamente, La Cotsá: también está Pindietsa para recordar los caminos por los que van circulando las palabras.

Pero lleva La Cotsá Propinde (La Collá Propinde, castellanizada ya) otro dato morfológico de interés, más allá de los fonemas. No por casualidad aquella vistosa loma entre altos, productiva y placentera, vía inmemorial de trasiegos ganaderos trashumantes, lleva el nombre en femenino: no es ni Colláu, ni Cotsáu, ni Cotséu, sino Cotsá (en femenino).

Un ejemplo más del culto a la tierra madre, que diría el indio Seatle para la selva, ante el peligro expansionista norteamericano, ya más de un siglo atrás. Un caso más de ese género femenino que siempre es más que su correlato masculino: como la mayada, es más que el mayáu; la ría, mayor que el río; la xerra, mayor que el xerru; la pica, que el picu; la toya, que el toyu; la fuexa, que el fuexu; la ventana, que el ventanu; la güerta, que el güerto; la cesta, mayor que el cestu...

O como, en la perspectiva milenaria de los nativos, la tierra misma era mucho mayor que el sol (masculino éste); o la luna, más creativa también, por ello es femenina; o las mismas estrellas que, en la oscuridad de la noche, habían de sentirse más imprescindibles para alumbrar, que el propio sol en pleno día, con nublina o sin ella. Pues la tierra madre producía de todo lo imprescindible para la vida, por precaria que fuera entonces; con la luna se crea y se recrea toda la naturaleza; y hasta suben las mareas o la savia de los árboles en plenu cuartu creciente. Y no digamos la savia amorosa en luna llena.

Con esa morfología femenina, tan creativa, recreativa, productiva y placentera, surgió el nombre de La Cotsá Propinde en los altos de Parana, sobre la braña de Tsastras: se dice que voz ya indoeuropea (*last-, losa, tsábana), lo mismo que Llastres en Colunga, junto a las mismas olas del mar. La Cotsá Propinde es la collada espaciosa que sirvió de paso a tantos ganados a su aire en aquella espontánea transhumancia estacional entre los pastos mesetarios (en ciertas épocas, ya muy escasos), y los otros más frescos de estas montañas norteñas; o en busca de refugio invernal hacia las mismas rasas costeras al cobijo del mar.

Eran las vías pecuarias (lat. pecorem, 'rebaño'), todavía muy lejos de las vías romanas por aquellos altos. Más tarde, los mismos pastores extremeños utilizaron La Cotsá Propinde para aprovechar los rastroxos lenenses del otoño, y nos dejaron esos amorosos romances que todavía recuerdan muchas güelas y bisagüelas del estos pueblos del Payares (Rosina Encarnada, La loba parda...).

Una vez con los caminos trazados estratégicamente al filo de los cordales cimeros, los propios romanos eligieron La Cotsá Propinde para el paso más holgado de sus huestes procedentes de la Legio VII (León, después), camino de La Campa Torres de Xixón. Todavía disfrutamos hoy relativamente de La Vía Romana de La Carisa, conservada en algunos tramos.

Y nos quedan muchos vestigios a uno y otro lado de la collada. Por ejemplo, El Castro de Tsagüezos, allí mismo, en el cantizal izquierdo de la vaguada: 14 corras entre las zarzas. O Los Corraones: justo a la derecha, sobre La Moena (voz romana). O Currietsos: un poco más allá, entre La Cruz de Fuentes y Tsioso. Visibles todavía las corras, los fosos y las zanjas de los recintos castreños en torno a sus respectivos montículos.

Muchos otros vestigios romanos o prerromanos atestiguan este trasiego inmemorial de primitivas culturas por nuestos montes lenenses. Es el caso de la estela de Bustamores: una piedra que estuvo plantada al lado de la calzada romana en la vertiente de Pindietsa; hoy entre las zarzas, asimismo, pero con una serie de signos tallados de difícil interpretación: círculos, siluetas de cruces, bocetos de soles, caras...

Los especialistas dirán. Y es el caso de otra tsábana con letras, encontrada entre las murias de las cabanas actuales del Mayéu Fierros, un poco más allá de La Cotsá Propinde. Sobreviven, finalmente, al par de la calzá romana las piedras, hoy tumbadas, del Dolmen de Padrún: El Cementerio de Carabanés, que dicen los alleranos. Una pequeña campera muy disimulada al filo del cordal cimero, desde la que se divisa todo el concejo lenense y allerano, a un tiempo.

En resumen, La Cotsá Propinde ('pindia, al lado de la pendiente') fue poco menos que la entrada principal, la gran puerta de la región asturiana, muchos siglos (milenios) antes del camino más reciente por El Alto Payares. Bien lo saben los vaqueros de aquellas brañas altas sobre Parana, que siempre escogieron La Cotsá Propinde para alternar la soledad de las cabanas, con las fiestas veraniegas y la xorda vespertina tras las mozas cazurras y babianas al otro lado del cordal. Muchos cantos somnolientos de mocetones cabizbajos tras la farra debieron romper el alba de vuelta a las cabañas.

Por fin, llegó muy oportuno el grupo musical de La Cotsá Propinde al filo del dos mil. Y llegaron sus notas musicales tal vez con el tiempo justo para inundar ambas laderas a uno y otro lado de Tresconceyos y El Ceyón; y para prevenir así el futuro de todo el entorno cultural de la collada. Con la música de La Cotsá Propinde esperemos que la ecología milenaria de aquel paisaje, a medias entre leoneses y lenenses, nunca más vuelva a sentir las garras de unas palas serpenteando al azar por las esponjosas camperas en homenaje a la nada.

Y que no se vuelva a contaminar la cultura asturiana de la collada con cartelinos oficiales donde se lee que, en los castros de Tsagüezos, Los Corraones o Currietos, los nativos prerromanos se alimentaban de maíz (por cierto, que el maíz llegó a Asturias sobre el s. XVII, según los expertos de verdad; más de 2000 años tras los castros). Vida tsarga, muy tsarga, a esta nueva música tsariega de La Cotsá. Todo un lujo pal conceyu Tsena, y para todos los pueblos a uno y otro lado de Propinde y de Pindietsa.
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Xulio Concepción Suárez

(Texto asturiano de la carátula )

(Texto castellano de la carátula)

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