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La sombra de la llama.
Dorita García Blanco.
Tantín Ediciones, 2009 .

Prólogo,
por Julio Concepción Suárez

"Es en esos momentos mágicos
que casi siempre surgen al amanecer,
cuando oigo el murmullo del arroyo,
cuando los pájaros siguen despertando los días
y cuando el fuego de Ramón
despierta la llama que yo he aprendido a dejar aletargada"

( La sombra de la llama , p. 55)

Extracto de las palabras
de Julio Concepción Suárez
en el Club de Prensa
de la Nueva España,
29/12/2009,
presentación de la novela
La sombra de la llama,
de Dorita García Blanco.

Una vida reconstruida con fantasía: el paisaje de cada mañana que comienza

Con estas palabras iniciales del propio protagonista del relato, podríamos resumir el hilo conductor que va recorriendo toda una vida tallada en la memoria, desde aquel primer paisaje infantil asturiano en un pueblo de posguerra. Con esa técnica argumental retrospectiva, Dorita García Blanco va tejiendo esta novela, en la que resuena el viento otoñal de aquellos relatos mágicos llegados a la narrativa peninsular desde la rica novelística hispanoamericana allá por los años sesenta.

En una prosa fluida, de frase que se construye al ritmo de unos sucesos revividos con intensidad emocional ya casi al filo de la muerte, el protagonista de la acción, Lucinio García, sigue latiendo ya casi sólo con el impulso del recuerdo. Como si fuera a amanecer una mañana más, con el paisaje animado de tantas bucólicas alboradas en cualquier estación del año. El día siempre estará animado por una luz (con sol o sin él), pero que nunca falla: la luz del alba.

Una conexión simbólica a modo de hilo conductor: luz > fuego > llama > hogar...

Se podría adelantar diciendo que el la lectura de la obra hay una significativa conexión gradual de símbolos que van de lo más genérico a lo más concreto: en las primeras páginas ya aparece la luz (la claridad pura); enseguida, el fuego, exterior, real (la lumbre aletargada de la noche); o figurado, interior (la fuerza, el valor necesario para vivir). Y ello conectado con el hogar: con el mismo origen que la palabra fuego, pero aplicado a la vida familiar que se continúa una generación tras otra en torno a la lumbre (al tsar del suelu, en los pueblos asturianos).

Por ello, el hogar es el símbolo que se ha de reactivar cada mañana, cada año, para que en él puedan seguir viviendo sus componentes, y otros vecinos que comparten la misma lumbre: idea de transmisión de las brasas de unos hogares a otros. Unidad familiar y unidad vecindal.

Finalmente, el fuego se ha de transformar en llama. Puede haber fuego sin llama; pero no, llama sin fuego. La llama es un grado más del fuego: sin llama no hay vida intensa, sólo amortiguada, como las brasas cubiertas de cenizas, aletargadas. En todo caso, hay vida, pero en la sombra, sin intensidad, sin brillo.

La importancia de los símbolos: luz, tierra, agua...

Muchos símbolos se van sucediendo en esos continuos escenarios traídos ahora de forma mágica a un espacio puntual de este mismo milenio tecnificado y digital. Por ejemplo, ya desde las primeras páginas, aparece el paisaje del agua, los primeros rayos de la mañana a punto de romper el alba, la tierra, la luz, la fuerza creativa del trabajo, la previsora perspectiva para el resto de la jornada… En el comienzo de los recuerdos de Lucinio siempre está la figura de un padre rural en aquellos tan precarios tiempos de posguerra, allá por los años cuarenta:

"¡Ver amanecer, Lucinio! Esa es la cuestión de vivir. Cuanto antes te levantes, antes comenzarás a vivir"

Es la versión de otro dicho todavía escuchado en los pueblos de montaña:

" L'home pobre, al alba en pie: si nun trabaya, ve "

(se encargaban de soltar con frecuencia los padres, nunca sabremos del todo si para animar las primeras horas, o para intentarlo al menos; o si era para animarse a ellos mismo, o para despertar a los demás).

Y de la luz, al fuego

En esa idea del amanecer, de la luz de la mañana como fuerza de todo el día, como chispa mágica para el resto de la jornada, enlaza la memoria del protagonista con otro símbolo recurrente en el aprendizaje familiar, que decía el abuelo:

"Lucinio: guarda el fuego. El fuego es sagrado, es la llama que enciende la vida cada día… No abandones nunca el fuego" .

Y explica el protagonista la escena y las palabras del abuelo con detalle:

" El abuelo nunca apagaba el fuego. Por las noches cubría el rescoldo con una costra de ceniza y por las mañanas escarbaba con cuidado, lo acariciaba con ligeros soplidos y la llama escondida de Ramón, surgía de nuevo ante él haciendo que se sintiera vivo. Ramón solamente compró una caja de fósforos en su vida, de los cuales es posible que no haya gastado más que uno, ya que cada día utilizaba la misma técnica. Creo que buscaré en el cajón del aparador por si aún estuviera la caja, al fin he comprendido la importancia del fuego " .

Desde el principio de la obra, en la perspectiva de Lucinio, hay, por tanto, una conexión entre la luz de la mañana y el fuego de la noche: la luz del alba ha de ser la fuerza que siga alumbrando a las personas toda la jornada, como el fuego aletargado de la noche se avivó al amanecer soplando unas ascuas que continúan el vigor de unas leñas resistentes sólo con apariencia de cenizas. Siguen siendo leñas capaces de dar calor con nuevas leñas.

El fuego exterior y el fuego interior: la energía de todos los días del año

Tal vez sea éste el mensaje de La sombra de la llama , que se me ocurre principal, como lector de un relato demasiado rico y complejo para resumir en unas páginas. Tal vez esa experiencia que marcó de por vida a un personaje, que no supo detenerse en ella a su tiempo: el fuego, uno de aquellos cuatro elementos básicos en el comienzo del cosmos, junto al agua, al aire y a la tierra.

El fuego, el real y el metafórico, siempre sabiamente utilizado (el fuego exterior y el fuego interior), el fuego real del llar (del hogar) y el fuego connotado, representan la fuerza dinámica capaz de crear lo nuevo transformando lo viejo ya inservible, sin vida, muerto; porque el fuego es la energía que, sabiamente controlada, dinamiza y renueva en cada tiempo, cada año, cada mañana, la vida personal y la vida social en ebullición constante.

De ahí también la importancia de las cenizas, el rescoldo, manejado con la técnica tan prudente del abuelo a la hora de dosificar el fuego día y noche sin interrupción, sin que se apague. Aunque no se notara externamente, el fuego late en las cenizas: nunca se apaga del todo, aunque sólo fuera porque de esas mismas cenizas (la vida reciclada) puede resurgir la vida renovada con el alba. Por eso el fuego es sagrado en esa didáctica natural transmitida de abuelo a nieto: aquella cultura del fuego, tan cuidada en la preocupación de nuestros mayores, y tan despreciada hoy, por desgracia, en demasiadas ocasiones.

La tierra que germina, las semillas que serán cosechas

Por otro lado, el espacio narrativo planteado por la autora en la novela no podía menos de incluir el amor a la tierra (otro elemento imprescindible), traducido ahora en el símbolo de las semillas. El otro motor del universo: la tierra que germina, produce y alimenta. Tradicional era también en aquella rústica educación familiar, la preocupación de los padres y abuelos por inculcar a sus hijos y nietos el conocimiento no libresco del aprendizaje de las técnicas de cultivo ya desde bien pequeños: preparar la tierra, sembrar, recoger las semillas en su tiempo, y guardarlas de forma adecuada para la sembradura siguiente.

"Guarda las semillas Lucinio, las semillas hay que guardarlas de una temporada para otra, una cosecha trae otra cosecha, y si no eres previsor, te encontrarás desabastecido. Recuerdo la sonrisa de mi padre cuando me daba instrucciones sobre el cultivo de la tierra. Sonreía porque estaba sintiendo que no hacía caso, pero en el fondo, sabía que sus palabras quedaban sujetas en mi interior con el imperdible de la voluntad de los García... " (p. 19).

Esta idea del valor de la tierra, considerada tan irrelevante por el joven aprendiz entonces, se vuelve decisiva, sentenciosa, al final de su vida, cuando ya sólo queda la memoria mágica, la fantasía del sueño más allá de la realidad cotidiana (la sombra que lleva el título): los derroteros de su vida hubieran sido otros de haber recordado a tiempo las enseñanzas del padre. Tal vez sea ésta también la fuerza mágica que la autora quiera traernos como lectores de este nuevo milenio, tecnificado, digitalizado, en parte desnaturalizado, y estresado en los tiempos que corren. Un milenio en crisis, ciertamente: del griego krisis, krino (decidir, juzgar). En el que, por tanto, hay que distinguir, juzgar, decidir, tomar decisiones nuevas.

El agua que fluye, que funde, que da vida otra vez

Va completando el pequeño mundo del relato que comienza con el título ( La sombra de la llama ) el símbolo del agua, como fusión definitiva de vidas igualadas para siempre:

" Hay barrancos impresionantes que arrastran los lodos de la vida, ladera abajo, hasta llegar al pantano de aguas viscosas y emponzoñadas donde duermen los cuerpos en la putrefacción más absoluta... A Florita le gustaba mucho el agua ".

Porque el agua es así la vida también. Como el río, que igualmente sirve para bañarse, y para unificar todo lo que lleva hacia el mar inmenso. O hacia el lago apacible y remansado finalmente. O hacia el océano, todos los océanos comunicados: la fusión total de lo que vivió y murió en tierra. Se diría que el agua es la vida y la muerte al mismo tiempo: la muerte que da vida, una vez más. El símbolo por excelencia del reciclaje que vuelve a producir, a pesar de tanta muerte contenida: nunca mejor dicho aquello de que 'nada muere, todo se transforma'. Las aguas abiertas, por supuesto, no un mar cerrado, aislado, muerto.

La fuerza mágica de la memoria: el sueño que realiza y libera

Muchos otros símbolos van tejiendo el lenguaje del relato a lo largo de estas páginas. Todo el paisaje, bucólico en parte, sobre el que se va volviendo mágica la realidad revivida por Lucinio, hace de escenario fantástico para esa memoria de personajes pasados que reviven en el presente:

" Siempre que aparecía la palabra muerte, me imaginaba el más allá como una llanura inmensa por donde paseaban todas las personas que había conocido hasta entonces. Ahora sé que la llanura era una quimera, pero en cambio también sé que la muerte aúlla todas las noches, entre una cadena de montañas que no tiene fin ".

O el mismo sueño que se va convirtiendo en la única forma de liberación posible: ya al filo de la muerte, nace otra vez la vida, la única posible ahora, construida por la memoria, en la que alguien se realiza plenamente, cuando se cumplen todos sus deseos y se reparan todas las frustraciones de la vida real. El sueño realiza y libera.

La liberación y la vida, en definitiva: crear con palabras

En fin, creo que Dorita García Blanco nos presenta un relato en un paisaje connotado (cerca de Oviedo, tras El Padrún, camino de León...) con la técnica novelística de aquella ficción más constructiva, que siempre fue propia del género a uno y a otro lado de montañas y mares, más allá de casillas literarias, movimientos y modas:

" Es en esos momentos mágicos que siempre surgen al amanecer, cuando oigo el murmullo del arroyo, cuando los pájaros siguen despertando los días y cuando el fuego de Ramón despierta la llama que yo he aprendido a dejar aletargada..., el rescoldo que despierta con el nuevo día y esparce su levedad por toda la casa ".

Por esto, La sombra de la llama (título ya sugestivo para el lector) recuerda ese gusto por la creación literaria que, como el rescoldo y las ascuas de un amanecer de antaño en casas y cabañas, se vuelve a su vez, germen de una vida que sólo ha de progresar en la transformación diaria desde que alguien se levanta al alba. Viene a ser, en definitiva, esa técnica de la lectura y la escritura tan aparentemente novedosa que difunden a los cuatro vientos los planes de lectura actuales (los PLEI, que se dice ahora).

Porque, ciertamente, el amor al juego con las palabras como actividad recreativa, sirve al mismo tiempo de liberación personal, artística, familiar, social. La llama viva de la imaginación en este caso, tan típico de la autora en otras prosas y poemas anteriores también.

Algunas reflexiones más: el sentido de algunas palabras más usadas en la novela

1) El fuego que late

    • En principio, del latín focus, con el significado de 'hogar': hoguera, pira de leña, altar para las ofrendas a los dioses. Luego, hogar, casa, sitio reservado para la lumbre, familia, grupo de personas, por su agrupamiento en torno a esa lumbre. Más tarde, fuego, llama. Por tanto, fuego parece creación latina, para traducir el indoeuropeo pur- (pira, fuego ofrecido a los dioses).

    • Energía colectiva, entre muchas familias, que se pasaban las brasas de unos hogares a otros en el poblado. En los pueblos de montaña, el fuego no se extinguía: los más hábiles (y tal vez los más pudientes) nubrían (nublaban) las brasas por la noche (las cubrían de cenizas) de forma que se mantuvieran vivas hasta el amanecer. De esta manera, se mantenía el calor en la casa y se ahorraban esfuerzos y gastos por la mañana.

    • La continuidad familiar. Tal vez, el fuego representara en los pueblos la forma de mantener la unidad familiar de abuelos a nietos; de cada generación a la siguiente. Por la costumbre heredada, cuando se encendía la lumbre, ya no dejaba apagarse. Se continuaba por la mañana la llama de la noche. Es la idea que transmite al nieto el abuelo Ramón.

    • Energía selectiva. En los pueblos de montaña, el fuego era signo de distinción: los más pudientes, o más hábiles, podían traer la leña mejor, la que da más calor (faya, roble...), pues tenían animales, técnicas, tiempo y personas para ello; era la que mejores brasas y más calor daba, la que podía durar toda la noche sin extinguirse. No todas las leñas tienen la misma calidad.

    • Energía que distingue, clasifica. El fuego clasifica. En un pueblo, los menos pudientes iban cada mañana a recibir esas mejores brasas para sus pobres lumbres, sólo alimentadas por leñas menores, más delgadas (garabuya, garamaya...), pues tenían que acarrearla ellos mismos al hombro, al carecer de animales y criados para ello; y tampoco se podían permitir el lujo de gastar una leña que no tenían más que muy escasa; los más pudientes podrían traerla de nuevo y en mayor cantidad, más gruesa.... El fuego, distingue, clasifica, pero, una vez avivado, transmite energía, llama, ilusiones... en las personas, en las cabañas y en el poblado.

    • También pura economía familiar: según dice el refrán, "El que aforra una cerilla cuando pue, tien un duru cuando y-da la gana". El fuego era ocasión para el desarrollo del ingenio: a pesar de que hubiera que pedirlo de puerta en puerta, suponía una posibilidad de ahorrar unos cuartillos, y poder lucirse de otra forma (aforrar para otros gastos menores, pero imprescindibles y muy gratos tiempo atrás).

    • En la novela el fuego parece connotado como ese símbolo de la fuerza que da vida, calor, luz para iluminar los días y seguir viviendo... Sin ese fuego, como energía necesaria, en la vida real no fue posible una vida organizada, placentera, productiva. Por eso sólo la vive Lucinio en la realidad fantástica, en la sombra: en la recreación fuera ya del tiempo.

2) La llama que revive

3) La luz que brilla

    • Está en el origen de todo: del fuego y de la llama. Ya en el indoeuropeo, la raíz *leuk- era el resplandor, la claridad, lo blanco. Origen de la misma palabra luna: *leuk-sna, tal vez porque la luna es la luz de la noche, de las sombras. Palabra sagrada, en todas las culturas, tan antigua como técnica y moderna: sirvan los ejemplos de leucocito, leucoma, leucemia..., siempre en relación el color blanco.
    • Es el calor de la vida misma: si no hay fuego, no hay vida, que recuerda Lucinio ya moribundo en el hospital:

      "Aquella noche me escapé del hospital. El celador que pusieron junto a mi cama se durmió tras comprobar que la inyección de morfina había apaciguado mi sufrimiento y me había transportado a un territorio desierto, sin luz, sin calor ni frío, sin dolor pero sin vida... (p. 21)".

    • La luz es el calor de la tierra, de las plantas, de las noches, de los días, del verano, del invierno, del cosmos entero... Sólo con luz renace todo: la naturaleza en primavera, los días con el año nuevo. El sol parece que se apaga casi a fin de año, pero con el soslticio de diciembre llega a su punto más bajo en el horizonte, para renacer de nuevo en Navidad. Todas las culturas lo celebran con un nacimiento, que no es otra cosa en su origen que el nacimiento de la luz del sol: cuando empieza a levantarse de nuevo, y con él retoñan los primeros brotes de las plantas más tempranas (los ablanos y ablanares, las felechas...). Con la luz renace la vida cada año, aún en pleno invierno
    • En la obra, la luz del amanecer, la luz del alba. El símbolo de la luz aparece desde las primeras páginas, cuando le advierte el abuelo Ramón:

    "¡Ver amanecer, Lucinio! Esa es la cuestión de vivir. Cuanto antes te levantes, antes comenzarás a vivir… "

4) La sombra que suple, la imagen de la realidad, la apariencia de vida

5) El hogar que une y asegura

Conclusiones:

En fin, tal vez con Lucinio, si hubiera tenido él una segunda oportunidad tras aquellos cables del hospital, habría que recordar la importancia de cualquier llama de ilusión, esa chispa necesaria para vivir de forma adecuada a cada tiempo: equilibrada, progresiva, sostenible, que se dice ahora.

Muchas gracias a Dorita por estas páginas tan mágicas.
Gracias a todos y a todas por vuestra atención:
que interpretéis lo que os parezca al leer la novela...
Con palabras y símbolos,
con una llama siempre reavivada,
cada mañana, cada nuevo año,
todos seremos un poco más libres.

Julio Concepción Suárez

Un libro de poesía: Estación bisiesta

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