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Rosina Encarnada
(romance pastoril)

-Al marcharme a la guerra, Rosina,
me decías que no me olvidabas,
y ahora que vuelvo a casarme contigo,
resulta que ya estás casada.

Si te acuerdas del pañuelo blanco
que del África yo te mandé;
si te acuerdas del pañuelo blanco,
Rosina, devuélmele.

- Esta culpa tuvieron mis padres:
el haberme olvidado de ti;
que intentaron el darme la muerte,
si volviera a hablar más de ti.

- Si tus padres tuvieron la culpa,
y la muerte te han querido dar,
ahora vas a pagar tú por ello,
con la vida, Rosina encarnada.

- Si es que traes puñal de dos hilos,
y la muerte me vienes a dar,
temerás esta fiel criatura,
que en mi seno gozando ya está.

- Yo no mato esa fiel criatura,
que es un ángel que vive inocente:
cuando nazca y en el mundo ya esté,
a ti sola te daré yo esa muerte.

Ya dio a luz la Rosina encarnada,
una niña más bella que el sol,
y de nombre le han puesto Rosina,
porque su padre así lo ordenó.
A los quince días se fue a misa,
y su novio al encuentro salió.

- Buenos días, Rosina encarnada,
vengo a cumplir mi intención.

- Si es que traes puñal de dos hilos,
y la muerte me vienes a dar,
temerás de que preso te lleven,
y la guardia civil vaya detrás.

- Yo no temo que preso me lleven,
y la muerte yo te vengo a dar.
Y sacando un enorme puñal
a Rosina la empieza a clavar,
y a los llantos que daba de angustia,
su marido al encuentro salió.

- Dime, dime, Rosina encarnada,
dime, dime, quién fue ese traidor.

- Esta culpa tuvieron mis padres:
el haberme casado contigo,
y el haberme a un hombre juntado,
que jamás en la vida he querido.
Y una carta aquí dejó escrita
para todas las mozas solteras:
que no den palabra a otro hombre,
mientras tengan su novio en la guerra.

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