Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

Palmira
Álvarez García

La pintura de Palmira recuerda diversas actividades rurales en la vida de los pueblos. Por ejemplo, el requiebro amoroso de la quintana, aquella escena típica tan sólo unos lustros atrás: el cortejo a la puerta casa, con el cuartarón abiirtu, pero con la puerta zarrá de medio abaxo. Un pie en el peldañu, pero el otru en la pedrera de la caleya. La chaqueta colgando, pero nel hombru. La cayá na mano, pero como pa seguir de paso... Las manos cruciás o colgando, las miradas encesas, las palabras..., ¡quién sabe lo que dirían aquellas palabras...! La puerta, pel medio...

Otros cuadros tienen por referente diversas escenas rurales asturianas del conceyu Lena o de Espineo. Hay campesinos y campesinas, aperos del campo (los aperios y preseos), el bosque, la madera, las peñas...

No podía faltar en la pintura popular de una asturiana en un pueblo de montaña tiempo atrás, el recuerdo de la filandera: la joven, la madre, la güela, que en los tiempos libres de las tsabores del campo, o las horas estiradas en las noches invernales, filaban con fusu y rueca las tsana pa mezclar con tsinu (la lana y el lino). En este caso, Palmira personifica la escena en la Xana, la ninfa mitológica de la imaginación asturiana.

La misma Xana es el tema siguiente en la pintura costumbrista de la autora: en este caso, recoge el momento en que, según las versiones de los pueblos, la ninfa de los bosques se sumerge en la corriente cristanina del arroyo, justo al romper el alba en pleno hayedo o robledal, antes de que la luz solar rompa el encanto bucólico pastoril de la montaña.

Otros muchos temas se suceden en la obra de Palmira, según las estaciones se van sucediendo a lo largo del año. Un cuadro navideño (un nacimiento) queda enmarcado en el entorrno ecológico de unas montañas siempre más o menos escarpadas: el horro, el pontón sobre las aguas azuladas, la penasca, los praos...

Los colores denotan el sabor rústico del sentimiento asturiano silenciado en la dura vida diaria de las caleyas: tonos marrones suavizados, grises poco intensos, rosas esfumados, verdes azulados...

El horizonte, desdibujado en ocasiones, da la impresión de que su autora se empeña por precisar lo cercano, lo inmediato, las faenas cotidianas, tantas veces sin más perspectivas que esa dura cotidianidad de las caleyas, tantas veces cargadas de nieblas y gabelas.

Diversos componentes sociales y naturales se funden en algunos cuadros. La iglesia preside el pueblo, enseñoreada sobre las rústicas casas circundantes, tal vez como símbolo de aquella posición privilegiada de las iglesias que siempre ocupan los lugares más estratégicos, vigilando siempre las posesiones y las almas de los fieles. Eran las épocas ineludibles de los pagos en diezmos y primicias a la iglesia de Dios... Y que a nadie se le olvidara.

No falta en la autora la memoria de la nieve, sin duda vivencia presente en su experiencia desde niña. Aquellas nevás que aparecían al amanecer: casas, puertas y cuartarones zarraos, los praos cubiertos, los caminos tapecíos, la güelga sin facer, los árboles deshojados, el horizonte sin perspectivas...

Aperece el cielo azul de las calizas, pero siempre muy escueto, con un primer plano en esa dureza escarpada de la roca.

Casi prefiere Palmira el verdor de las praderas: exiguo, también, pero el único que da vida a ganaderos y ganados todo el año. Sin olvidar los neveros: la dura convivencia (y connivencia) de los contrastes obligados.

En fin, boscajes deshojados: la robustez de los troncos (las fayas del hayedo), algunas abatidas, tal vez tras el penúltimo vendaval de la invernada. Tal vez, los aines depiadados de Los Bayos.

Se diría que plasma la autora en sus cuadros el paso cansino de los años, la vida que fluye en cualquier tsugar de estas montañas. Estos pensamientos pudiera traslucir la mirada de la campesina en la escena campestre. O el caudal que fluye impetuoso río abajo, siempre sobre el mismo cauce; pero nunca con las mismas aguas.

Las faenas del campo en el verano se acumular a la puerta casa en este caso: la vara yerba, el remate de peinar la vara, las últimas agarabataúras del paisano, la caballería ya un poco cansada de palanquiar al final de la jornada... Los tonos más bien cremas contrastan con el verde intenso del arbolado en el estío.

En otro cuadro la pintora muestra toda la soledad de la pala y la muyer, tal vez sobre el silencio estival en uno de esos días más acalorados per xunio arriba, con la calisma matutina sobre la yerba a punto de revolver. Y todavía queda la tarde pa amontonar, agarabatar, palanquiar, meter... Y muchas otras mañanas y tardes pa la pala, y pa la muyer.

Por fin, la xara d'agua o vino, con las frutas escarlatas a rebosar sobre la cazuela, unvitan al sabor vespertino, sin duda también en merecida merienda a un día más de trabajo campestre. Todos los sentidos en cuerpo y alma para la vida estival, jornada tras jornada.

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Artesanía en Lena

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