Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

... un combinado, estilo y diseño Vicente...
(foto de D. Vicente, el Médico)

Don Vicente:
"el médico de Campomanes" (3)
Las anécdotas por los pueblos

Pregunta. Cuéntanos algunas anécdotas de los pueblos: tendrás la tira, agradables de recordar y menos agradables.
Respuesta. Podían ser muchas, pero muchas... Por ejemplo, las inyecciones milagrosas de D. José (el cura de Campomanes). En los últimos años de su vida, y debido a su enfermedad, no comía, y se aislaba en la cama. Le receté unas ampollas intramusculares que, según Luz, lo espabilaba y le hacía comer como nunca. Cuando acudía al consultorio a por más recetas, no las pedía por su nombre comercial, sino por las inyecciones milagrosas para D. José.

Pregunta. ¿Y peripecias por los pueblos, de día, de noche...?
Respuesta. A montones. Por ejemplo, Teresa de Jomezana, que murió con más de 100 años, al final oía poco y veía menos; de tal forma que, cuando sus hijas me llamaban, me confundía con Toño el cura. Y si no le prometía confesarla, no me dejaba reconocerla. Más de una absolución tuve que darle a Teresa....

Pregunta. ¿Habría peripecias muy gordas también...?
Respuesta. Te pondré por ejemplo, una. El brazo de Plácido (Zureda). Resulta que Plácido se fracturó un brazo. Lo mandé a Murias, y le dije que se lo escayolarían. Pero el caso es que la enfermera le escayoló el brazo sano ante sus protestas. La enfermera le indicó que era un método nuevo, porque al no mover el sano no movía el malo. Lo cierto es que el traumatólogo se equivocó de brazo en el informe a la enfermera (vamos a ser claros).

Pregunta. ¿Y cómo se solucionó el brazu de Plácido, aquel paisano tan tranquilu?
Respuesta. Menos mal que en plena sala de espera, el bueno de Plácido se encontró con un amigo y le contó la historia, señalando lo listos que eran los médicos. Esto lo oyó un médico que pasaba por allí, y al comprobar el error, no tuvo reparos en hacer las cosas bien: tuvieron que escayolar el brazo malo de Plácido, y liberarle el sano. Creo que todo el valle se enteró de la historia.

Pregunta. ¿De vez en cuando tendrías que beber algo de más con algún cliente; ya sabes que a alguno podría parecerle mal si no lo hicieras?
Respuesta. Hombre, recuerdo las invitaciones de JANDRO (el de Zureda). Solía parar en casa de Jandro ”el de la pipa” (fumaba en pipa y bebía lo que no estaba escrito). Yo comía con gusto algún suspiro de la hija, bebía un vasito de buen vino, y él se encargaba del resto de la botella. Siempre me recordaba que pasara por allí: su familia lo tenía a dieta de agua... Yo era su salvación...

Pregunta. ¿Y así, de costumbres especiales, raras... de los pueblos?
Respuesta. Verás una: la mortaja de Marcelo (de Zureda, también). Me llamó su hermana a las 4 de la madrugada, porque Marcelo se estaba muriendo. Subí y lo encontré en la cama con la mortaja puesta: el mejor traje que tenía, zapatos, camisa y corbata. Me dijo que tenía un dolor muy fuerte en la barriga y que se moría, y que para no dar trabajo a su hermana, se había preparado para el más allá. Pero Marcelo lo que tenía un cólico de riñón; le puse un par de calmantes y me fui a dar un paseo. Cuando volví ya estaba sentado en la cocina, y al verme me dio un abrazo; del bolso interior de la chaqueta sacó la cartera con más de 40 billetes de mil pesetas de entonces. Le indiqué que a la próxima vez no guardara el dinero en la chaqueta porque le enterrarían con ellos: cuando me fui quedaron los dos hermanos discutiendo...

Pregunta. Muchos personajes fueron pasando por tu consulta, tan entrañables en los pueblos... Tendrías para hacer un libro.
Respuesta. Muchos personajes fui conociendo en estos pueblos. La vida de un médico está llena de anécdotas, pues cualquier cliente es un gran personaje. Recuerdo la carta de la Cruz Roja de Armando- el hombre-niño del pueblo. Armando siempre me llevaba el correo a la consulta, y la primera que me daba era una carta de propaganda que traía dos tubos de ensayo cruzados de color rojo; yo la arrugaba y la tiraba a la papelera sin verla; el follón que armaba Armando y su negativa a entregarme el resto, nos traía de cabeza. María, la enfermera, comprendió que para Armandín era una carta muy urgente, era de la Cruz Roja. Ya estaba la solución: yo tenía que hacer como que la leía y tan amigos.

O los pantalones de Galo (Campomanes). Galo era un gran paisano y un gran fumador; le prohibí el tabaco, y entonces, cada vez que me lo encontraba, el cigarro iba encendido al bolsillo... Muchos bolsillos tuvo que coserle María su mujer.

Y la última, muy buena. “Tengo la pierna torá”, me dijo una paciente soltera y de mediana edad. El caso es que ella siempre me recordaba en la consulta que le dolía una pierna. Yo no encontraba la causa, y según ella las medicinas no le valían para nada. Pasado el tiempo, y como seguía con la misma cantinela, le dije al oído: “estás torá o estás tora”. Santo remedio, cuando nos vemos siempre lo recordamos riéndonos.

Pregunta. D. Vicente, una frase de despedida.
Respuesta. DESPUÉS DE 31 AÑOS VIVIENDO EN CAMPOMANES, ME CONSIDERO UN HIJO MÁS DE ESTA TIERRA.

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