Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

"¿Qué penas tan ilustres son las penas
que se padecen en la serranía!:
¡Qué luminosas penas en la fría
culminación de piedra, y qué serenas!
"
(Miguel Hernández)

La ochera junto a la cabaña

Otra costumbre casi desaparecida de las brañas actuales era la de la ochera: próxima a la cabana (por razones de seguridad, sobre todo), se construía una pequeña corra cubierta con piedra (tsábanas), a poder ser junto a una fuente o en la fuente misma, si ello era posible.

Si estaba lejos el manantial, la ochera se construía junto a la cabaña, y a ella se conducía el agua por una canal de piedra, o de madera, desde el arroyo próximo o desde una fuente más lejana.

A ser posible, la ochera debía estar cerca de la cabaña por una razón elemental: en ella se ponían a enfriar día y noche los productos de la semana (mantegas, cuayás, leche...).


mazando con la butía
pa la mantega, la dibura...

De este modo se vigilaban las mantegas ante el riesgo de cualquier transeúnte, o de alguien llevado por la necesidad, cargados como estaban la mayoría de familias con muchas bocas que alimenar. En fin, la ochera cerca de la cabaña, y cuanto más, mejor.

Queda en Lena el topónimo de La Fuente la Ochera: manantial recubierto de piedra en la braña de Coleo, sobre Valgrande. Y hay una ochera bien conservada, sin fuente en la braña de Chastras (sobre Parana), a la que se llevaba el agua del arroyo próximo.

La vida compartida en los altos: las otseras comunales

En otras brañas asturianas, como en Solapena (Somiedo), hubo otseras comunales: una otsera mayor, a la que se llevaba el agua de un manantial, y donde iban a tener cabida los productos de varias familias al mismo tiempo.

Y había otseras agrupadas en hilera, con una presa que las recorría en su interior para refrescar todas las manteigas a la vez: entraba el agua fresca por un lado, remansaba hasta un nivel acordado por los brañeros, y salía por el lado opuesto camino de las camperas otra vez.

Ni un desperdicio en la cabaña: ganado menor pal puerto

Una costumbre sólo conservada hoy en algunos puertos alejados en los Picos de Europa (Amieva, Onís, Cabrales...) fue muy frecuente en Lena, como en tantos otros puertos en tiempos ecológicos de verdad: cuando había que vivir del medio (griego, oikos, 'casa, entorno'). Bien lo saben los pastores de Ario, Vega Maor, Ostón... Ni un desperdicio en la mayada.

Y bien los recuerdan los mayores de Lena. Para esto, llevaban el ganado menor a las brañas: al puerto también subían los porcinos (los güerres, los gochos). Pero no se sigue haciendo hoy.

Así se aprovechaban hasta los últimos desperdicios de comida en la cabaña, y todos los productos del verano en los altos (leche sobrante, dibura, mazá, rapaúras, pulgos, ortigas, fayucu, mostayas, gamones, bellotas...).

En el concejo lenense, abundan nombres de este campo: Porciles, Cuitu Porqueras, Valporquero, Las Porqueras, Las Porquerizas, Chama'l Puircu.... Salvo excepciones y posibles homonimias, todos se refieren a la costumbre de llevar los gochos pal puerto: se mantiene la costumbre en Amieva y en el Puertu l'Arcenoriu (Ponga), si bien muy transformada ya.

Hasta las pitas colaboraban en el reciclaje de la cabaña

Por el verano arriba, los vaqueros llevaban las pitas a las caserías altas en el tiempo de la yerba. Y a los puertos: El Barral, La Vega'l Pando... Así tenían asegurada la tortilla desde las flores primaverales hasta las nieves del otoño: y bien destinados quedaban los restos del pote. Ni un desperdicio en la cabaña.

En otros conceyos asturianos siguen subiendo hoy las pitas a las mayadas: en el Puertu Manzaneda (El Cuera), todavía se ven pitas y polleradas picotear por la mayada y jacer ñeru nel ortigal. Recuerdan algunos pastores que más o menos a pita por persona. Lo mismo en Vega de Ario, actualmente.

Y una pita de repuesto para la pollerada, con los güevos sobrantes que no recogían del nial: sería la nueva savia en la primavera siguiente. En su tiempo, salía la pita con sus pitinos animando las praderas. Tal vez de ahí tamtas leyendas como Yan de la Gachina, La Campa la Gachina...

En el valle cabraliego del Casañu, conservan los veyares: pequeñas cabañas de piedra y tapinos, dedicadas exclusivamente a las pitas, y con puerta de entrada muy reducida, tapada con una piedra de noche contra las rapiegas.

Y para mejorar la raza y los jamones de casa

Había otras razones para llevar los cerdos al puerto. Sabido es que ambos tipos de animal (salvaje y doméstico) nunca se debieron distinguir del todo tiempo atrás, puesto que en algunas zonas de montaña sigue viva la costumbre de soltar por los castañeros altos las cerdas de parir, con el objetivo de que quedaran preñadas del jabalí, mejorando con ello los jabatos y los jamones del samartín.

Cruces y mestizajes de este tipo se llevaron a cabo en los pueblos altos de montaña, desde el verano al invierno. El resultado era inmediato en primavera: unos animales porcinos, mezcla de cerdo y de jabato, muy codiciados por su carne enjuta y sabrosa, si bien poco dados al trato doméstico en los caseríos.

“El principio se llama
desde hace siete milenios pastoreo,
lo demás, queso, ecodesarrollo,
paisaje, pastizales, naturaleza,
biodiversidad, turismo,
economía y calidad de vida,
puede venir por añadidura”
(Jaime Izquierdo Vallina)

Los olvidados gamones, las mostayas, las ortigas...

Y de paso había resultado gratis la alimentación del animal: gamones por el verano; leche, suero, dibura, sobrantes en las comidas; rojas mostayas en el otoño; bellotas del robledal y de la encina; fayucu de los hayedos; castañas, ortigas...

Y es que los gamones se usaban casi todo el año: en primavera, porque sus abundantes hojas tiernas servían de primeros pastos al ganado a falta de otros más sabrosos. Y del verano al invierno, porque sus bulbos arracimados servían para cocer a falta de patatas más tiernas.

En todo caso, el ganado menor se alimentaba en los puertos sin más problemas. Al tiempo que escaseaban los alimentos en los bosques, y las brañas se iban cubriendo de nieve, los propios porcinos iban descendiendo a los castañeros más fondos sobre los caseríos.

Ecologistas a la fuerza: predar sin depredar

Ciertamente, hoy encontramos demasiadas brañas con ciertos parajes en los que el bosque y el arbolado sólo están reducidos a nombres: varios topónimos en los que a todo más florece algún ejemplar aislado que habla de la vegetación del lugar.

Es el caso de El Puerto Pinos (se dicute el origen), Las Matas, El Carbayal, Cebero, La Fuente l'Acibu, Robleo, Chandalosfresnos, La Chamera, Buscaal, El Mayéu Buscón..., bajo las cumbres de La Tesa, El Negrón, Tresconceyos, Ranero, L'Aramo... Quedan los nombres.

El objetivo era sólo predar para subsistir; pero las familias eran todas numerosas; los ganados, más de los sostenibles; y los recursos estaban más que aprovechados. Comenzaba la poda del arbolado con los fresnos en la seronda: por setiembre arriba, o incluso ya en agosto, en los estíos más secos. Muchos topónimos asturianos para justificarlo.

Lo mismo en torno a los puertos altos, que en las caserías de los cordales, quedan hoy gruesos fresnos, que fueron una y mil veces podados, alternativamente cada otoño, para alimentar al ganado ahorrando yerba para el invierno. Incluso se guardaban en foyaos (haces, gavillas) para los días de nieve.

Todo se aprovechaba: cerezas, fueyas, garamayas...

Tenía sentido el término predar: recuerdan hoy algunas muyeres mayores que no había desperdicio ni de leñas. El proceso era completo: se cortaban unos ramos de sabrosas cerezas en el monte; se comía el fruto con ganas; se pelaban las hojas para los cerdos; y se terminaba por llevar las cañas para el fuego de la cabaña o de la casa.

Este proceso lo siguen manteniendo muchos vaqueros en las caserías altas y en los puertos con los fresnos y alcafresnos: podan las ramas en el otoño para que las coma el ganado en verde; amontonan las cañas y las guardan en las cabañas y corrales para la primavera siguiente. Ni las cañas se tiraban: valían para leña.

Pero a veces, se llega a depredar. Conocida y discutible es hoy la corta de acebos para alimentar el ganado en las brañas durante los meses de noviembre y diciembre, una vez agostados los pastos en torno a los mayaos.

No es igual entresacar que cortar dafecho

Por la cuenta que les tenía, procuraban los vaqueros cortar de tal modo que no se mermara el bosque o el acebal. Cuando la especie no retoña (caso de los hayedos) entresacan los árboles carcomidos, los más viejos, los enfermos, los retorcidos, los asgaxaos por el último vendaval... En los claros del boscaje, abonados por las ramas y los troncos podridos, germinan otra vez las semillas con fuerza.

Cuando los árboles echan vástagos, cortaban dafecho sin miedo, al medio o por la cepa (acebos, fresnos, alcafresnos): retoñaban con fuerza las parras en la primavera siguiente. Y en 5-6 años, estaban las acebas para cortar otra vez.

Pero el deterioro dicen los vaqueros que no viene de la corta, sino de la quema: un acebo cuanto más se corta más retoña; pero a poco que lo cojan las llamas, secan hasta las raíces en unos días. No se recupera más: eso es depredar.

Con todo, el paisaje de las brañas, el boscaje en torno a las cabañas, dista de coincidir con el mosaico toponímico que se sigue depredando hoy con intereses muy diversos: depredación y especulación.


Nel puertu, ente'l mayéu la cabana.

Extracto del artículo publicado sobre este tema:
CONCEPCIÓN SUÁREZ, J
. (2002).
"Costumbres vaqueras en las brañas lenenses ",
en Etnografía y folclore asturiano:
conferencias 1998-2001
(pp. 75-119). RIDEA. Oviedo.

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