Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular
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Actividades:
ruta didáctica guiada
(reflexiones al final de la jornada)
(Xulio Concepción Suárez)
(III)

Ver, oir..., aprender: todos y todas, de todos y de todas.

La programación de cada campamento (quincenal) se fue desarrollando en cada jornada con los objetivos previstos y la colaboración ilusionada de los participantes: cuanto más pequeños y más pequeñas (8, 10, 12 años...), más participativos y observadores: a veces, imposible contestar a todas las preguntas sobre detalles botánicos, comportamientos animales, tipos de rocas, topónimos antiguos, castros, palabras lugareñas....

Así en conjunto, las conclusiones son comunes a todas las jornadas realizadas, con algunas diferencias: ciertamente hay grupos y niveles mucho más participativos, ilusionados e ilusionadas que otros. También el clima favorece o complica los ánimos en la andadura detenida por la montaña (unas tres horas), muy suave y relajada: poco más de tres kilómetros ida y vuelta.

La niebla, el orbayu, la brisa del norte ensombreció en ocasiones esos ánimos en pleno verano. En los días espléndidos, la ilusión resplandecía como el sol en las retinas juveniles. En todo caso, la experiencia, incuestionable en la práctica: no hay profesor ni alumnos. Nunca se sabe quién enseña o quién aprende relativamente más: según como se mire...

Todos fuimos alumnos y profesores al mismo tiempo por unas horas. En realidad, como de hecho aprendemos todos y todas un día tras otro en las caleyas y en la vida. Simplemente, practicamos el dicho: "Nunca te acostarás, sin saber una cosa más"

El punto de partida: un poblado junto a una vía romana

Ya a la salida de Pendilla, las reflexiones, las preguntas, las respuestas, los supuestos, las discusiones sanas, se fueron sucediendo a lo largo de la mañana: algunos y algunas hasta acaloradas a veces, como cuando a alguien se le ocurrió decir que en la naturaleza, a juzgar por las palabras, era más importante el género femenino que el masculino (una collada mayor y mejor que un colláu; una güerta, que un güerto...). Por un buen tramo se multiplicaron los ejemplos rebuscados en favor propio de uno y otro lado.

Y se fueron animando y sucediendo las reflexiones prácticas sobre el paisaje, tan lejos de las aulas. Nada más bajar del autobús, algunos y algunas descubrieron sin problemas el origen del topónimo Pendilla, entre la margen izquierda el río y su orientación soleada en la pendiente. Impresiona a veces la intuición verbal de los pequeños, en este caso a través de las mismas palabras populares aprendidas en el asturiano de sus güelos. Muchos dieron directamente en el clavo.

También fueron surgiendo otros cuantos interrogantes en el paisaje del pueblo al lado de la vía romana de La Carisa: posible antigüedad, ubicación antigua en los altos, orientación, posición sobre el río, poblamientos indígenas, alimentación primitiva, situación de los castros, altura, iglesia en pequeño alto sobre el pueblo actual...

Yotros datos que se fueron levantando por ambos lados del camino: una cantera de pizarras, tan útiles tiempo atrás; los aros de un tronco talado, más o menos juntos o separados; unos cuantos tipos de plantas y árbolados que fuimos divisando escalonados del fondo del río hasta la cumbre de la montaña; unas hormigas entre los pulgones de unas hojas... Muchas opiniones, algunas muy ingeniosas; la mayoría, casi al grano, sin más rodeos.

Cuando llegamos al territorio ajeno...

Por la margen derecha del río (la del camino), continuamos escudriñando el paisaje con los cinco sentidos: una avispa alborotada, por haberle descubierto el nido entre unas piedras, dio lugar a unas advertencias un poco más serias sobre el entorno de estos y otros animales; y sobre las abejas, las celdas, los panales, la miel... Aprovechamos para reflexionar sobre el territorio de cada animal, y la necesidad de respetarlo, si uno no quiere complicarse innecesariamente el día y el pelleyu....

Las mismas precauciones tomamos un poco más arriba. Llegamos de sopetón a una campera con unas cuarenta vacas rumiando muy tranquilas (a la siesta), y algunos terneros por el medio. Una de ellas (tal vez la mayor, la más vieya) se levanta de golpe antes de que nos acerquemos a la manada.

Discuten en el grupo su actitud y estrategias para seguir la marcha hacia adelante: ¿defiende, vigila, avisa, advierte, nos harán algo...? Alguno hasta quería preguntárselo. Pero, de momento, y por si acaso, respetamos su espacio ya ocupado, y ladeamos la pequeña campa, sin adentrarnos por el medio ni molestarlas. Sacamos unas cuantas fotos a los terneros para algún trabajín de clase...

El tacto de las huellas en el barro, los aromas...

Los detalles más insignificantes se fueron sucediendo en la andadura con tan pocas prisas. Por ejemplo, algunas huellas entre el barro de las lamas junto al arroyo dieron la oportunidad a unos cuantos para mostrar los saberes aprendidos con sus padres o tíos por los montes y los pueblos.

Alguno hasta explicó la diferencia entre la pisada de un corzo y de un rebeco (que no estaban aquí en el barro, pero que todos entendimos muy bien). Y otro pequeño grupó hizo investigación CSI sobre una gran pluma de ave mayor encontrada suelta sobre el sendero: de qué ave sería, macho o hembra, por qué estaba magullada...

Poco más arriba, un fuerte aroma llegado de unas peñas nos hizo suponer que algunas abejas no tendrían lejos su colmena silvestre. Ello dio lugar a otra serie de cavilaciones a cerca de cómo descubrirían los nativos una colmena en el monte para sacerle la miel, mucho antes del azúcar: algunas niñas explicaron el proceso como si ellas mismas ya hubieran seguido los vuelos de alguna abeja desde la fuente hasta el panal. La intuición juvenil, las lecciones de los güelos. O los cuentos leídos... Nos quedamos con el aroma intenso que rezumaba de aquellas peñas sobre los brezos.

Y seguimos con la vista sobrevolando el paisaje. Por ejemplo, unos matorrales calcinados bajo la vía romana dieron lugar a otras reflexiones sobre la acción del fuego en un paraje: plantas calcinadas, nidos destruidos, árboles que tardarán muchas décadas en volver a ser los mismos, animalitos huidos para muchos años de sus madrigueras... Alguien citó el dicho de que una ardilla cruzaba la península sin posarse de los árboles..., quién sabe ya cuándo...

Entre el rostro femenino y masculino de la montaña

Otra niña, muy enterada parecía de las costumbres cinegéticas, por sus aficiones al monte y a la zoología: nos explicó con detalle todo un cuadro de datos para descubrir lo que dice un simple manchón de barro en la corteza restregada de un árbol. Nos decía que se trata de un xabalín que pasa y roza (se tasca) con fuerza para desparasitarse, una vez que se revuelca en un lodazal próximo. Nos explicó que por los trazos de la mancha se sacaba la dirección (el sentido) que llevaba el animal, su posible altura, el peso..

En otro de los descansos del camino, llegó la discusión morfológica, tan lejos de exámenes y notas: el masculino y el femenino en la montaña. Escudriñando entre las hojas de una salguera (el árbol hembra, el del acetilsalicílico, ¡quién lo diría!), se enzarzaron algunos y algunas en demostrar qué abunda más en un paisaje: si el género masculino o el femenino; quién es más importante, más productivo, imprescindible...

La cosa empezó con los árboles, que todos tienen fema y machu; la salguera y el salgueru, las acebas y los acebos (dan o no dan frutos); las colladas, mayores que los collados; las rías, más amplias que los ríos; y unas cuantas palabras que resultaron topónimos más productivos en torno a los poblados: irías, cortinas, morteras, güertas... O el género la luna, la tierra, el sol, las estrellas..., contemplados por los primitivos de van más cien mil, discientos mil años...

Hasta las abeyas son las que eliminan a los zánganos...

Con una cigarra y algunos saltamontes saltando a nuestros pasos, siguió la discusión por un buen rato, cuando una espabiladilla soltó que las abeyas producían mucho y dulce, mientras los zánganos no servían más que para un momento, y por eso había que matarlos poco menos que de seguido, pues ni lo que comen se lo merecen por el invierno arriba...

O que las vacas que teníamos delante (unas cuarenta) no tenían ya ni toro, pues los veterinarios lo arreglaron con la inseminación desde hace tiempo... Hubo que continuar la marcha, para dejar que las palabras (masculinas y femeninas) continuaran flotando a su aire sobre el paisaje...

Entre preguntas, suposiciones, bromas y respuestas, dimos sobre un remanso verde en la ribera del río, cuando los rigores del mediodía pesaban sobre las mochilas y exigían las cantimploras. Pusimos fin a la subida. Poco más hacía falta para que, calzados y descalzos, todos y todas más o menos se refrescaran en los pequeños pozos de la corriente.

Y allí contemplamos por un buen rato los habitantes que pululaban por el paraje: renacuayos, xaroncas, ranitas diminutas... El delirio ilusionado de la mañana. Y la reflexión que algunos fueron aportando sobre los peligros de extinción que están sufriendo algunas especies como las ranas: secan lagos, aumentan contaminantes en ríos y lagunas, proliferan depredadores... Otra pregunta volvió a flotar sobre las aguas: ¿será verdad -como se dice- que el mayor depredador de la naturaleza es el hombre?

Con tantos otros datos en el gran libro del suelo

Otra niña (y cuánto sabía) nos dio la lección de los marabayos: levantó una piedra del río, y nos señaló unos cuantos cilindros completamente recubiertos de pequeñas piedras areniscas del río. Observamos uno que estaba a punto de reventar: una pequeña larva iba saliendo con su abdomen, su cabeza, sus antenas... Nos quedamos con la intriga de cómo se fue rodeando el cuerpo de piedras tan diminutas, y se ocultó entre las aguas...

Nos explicó la niña el proceso completo hasta convertirse en mosca, y las razones por las que los pescadores las rebuscan tanto para las truchas en ciertas épocas. Por lo visto, hasta un paisaje parece que tenemos oculto bajo las piedras más disimuladas y boca abajo de cualquier río...

En fin, a eso de la mediatarde,tras unas cuantas mojaduras de pies a cabeza (muy acordes con los casi treinta grados que calculamos bajo el cielo), ya un poco cansados todos y todas de tantas novedades semidormidas en cualquier piedra, y casi a tope de fotos la digital, desandamos el camino en busca del bocata que nos espera en el pueblo otra vez.

Verdaderas páginas fuimos pasando del gran libro abierto en el río que pasa por Pendilla: ¿y los lectores y lectoras?, todos y todas a la vez. Nunca se sabe cómo se aprende más: si explicando o escuchando. O lo que es lo mismo: quién enseña relativamente más. Esta pregunta también quedó sin contestar del todo en la andadura.

NOTA importante: olvido de una máquina de fotos en la ruta.

[Durante esta ruta, una niña de Oviedo dejó olvidada una máquina de fotos en un chubasquero que le prestó el monitor, cuando empezó a orbayar y a hacer frío con cierta intensidad (ella se acordará ahora...). La máquina no está perdida, claro: sólo tiene que escribir al correo electrónico apuntado en las fichas de trabajo (xuliocs@gmail.com), para decirnos el nombre y la dirección de casa, y se la dejamos en el portal o donde diga].

Otros trabajos sobre el entorno:
Xulio Concepción Suárez

Didáctica del paisaje en las aulas

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