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Una isla de paz dentro de la tragedia.
por Auri Villar

La Nueva España:
Cartas al director (www.lne.es)

Hace un año mi familia se dio de bruces con la enfermedad, de una manera seca, brusca, sin miramientos. Mi padre pasó de ser una persona aparentemente sana a ser declarado enfermo en fase terminal: cinco días fueron más que suficientes para descubrir y diagnosticar un cáncer traidor, que no había mostrado ninguna señal hasta el momento; y aunque los médicos son muy reacios a poner fechas, desde el primer momento fuimos conscientes de que teníamos muy poco tiempo.

Es difícil asimilar una noticia así, pasas por la negación de la realidad, el sentimiento de culpabilidad, pensando en detalles que, a lo mejor, podían haber mostrado un primer indicio de enfermedad, y que hubiéramos pasado por alto. La sensación de impotencia es abrumadora. Y dentro de todo ese torbellino de sentimientos, llegó ese maravilloso Equipo de Profesionales, con mayúsculas. El equipo médico de cuidados paliativos, con nombres propios, sin necesidad de aportar apellidos ni cargos. Tan sólo Geli y Ricardo.

Estos días, viendo en la prensa la reclamación de los pacientes por la sustitución del médico titular de este servicio, he revivido los cuatro meses que nos acompañaron. La naturalidad, la cercanía y el cariño que llevan tanto a los pacientes como a sus familiares no tiene precio. Por desgracia, es un servicio poco conocido por los usuarios de la sanidad en general, con ciertos estigmas por resolver todavía; la gente es reacia en muchos casos a pensar que un enfermo pueda tener los mejores cuidados médicos en su hogar, un trato y un cuidado tan profesional como los que puede recibir en un centro hospitalario.

En nuestro caso, soy consciente de que muchas personas nos miraban extrañados, al ver que habíamos optado por no hospitalizar a mi padre; en ocasiones pensaban que la enfermedad no era tan grave como manifestábamos; y en otras, la opinión era todavía peor: ¿cómo podíamos hacerle eso? Cuán equivocados estaban todos ellos: tan sólo las familias que han pasado por una situación similar entienden y agradecen infinitamente el apoyo recibido, la calidad del servicio unido a la tranquilidad de encontrarse en el entorno familiar es sencillamente inigualable.

El entorno despersonalizado y frío de un hospital, estresante tanto para el enfermo como los familiares, es sustituido por la cercanía de la familia. El modo de enfrentarse a un final inexorable cambia de forma radical, gracias al servicio que prestan los equipos de cuidados paliativos; desde el primer minuto eres consciente de que no son ni médicos ni enfermeros al uso, la exquisitez y cariño que muestran en el trato al enfermo son extraordinarios.

Y no menos importante son los minutos que dedican a la familia. Se trata de un servicio imprescindible en la sanidad. Si bien todo lo referido a la sanidad es importante, en este caso pasa a ser vital. Hace meses asistí a una charla impartida por Ricardo, el médico que tuvimos la suerte de conocer, en ella recordaba la importancia de morir, a nadie le gusta la muerte, no nos gusta hablar de ella, se esconde, se evita cualquier alusión.

Y tenía razón, debemos naturalizarla, es inevitable, no podemos quedarnos con la sensación de fracaso cuando sucede. Se sufre la pérdida, la tristeza nos agobia, pero debemos afrontarla. Por ello, poder contar con un equipo que ayude en esos momentos de enfermedad se agradece tantísimo. Ojalá el servicio de Cuidados Paliativos se amplíe para poder alcanzar al máximo de pacientes.

Como decía al principio, en nuestro caso nuestros ángeles tienen nombre propio, pero estoy completamente segura de que todos los profesionales que realizan este trabajo pueden ser nombrados en su lugar. Gracias, gracias, infinitamente gracias.

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