Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular
 

"Ahí está el antiguo camino que lleva [desde León] por la Perruca al valle de Lena; camino de los llamados reales, de muy buena construcción, quizá algo estrecho, pero perfectamente conservado, como es de rigor (dadas las dificultades de la comarca y la crudeza del clima), si es que el Estado y las provincias interesadas más directamente en el paso de Pajares no se resignan a perder en un invierno todo lo trabajado en muchos años y á dejar incomunicados por aquella parte, y de un modo completo, á leoneses y astures.

Ese es el gran camino de hoy, como lo fue allá en los comienzos de la historia castellana; pero que sin duda cayó un tanto en desuso hácia el siglo XVII" (Rafael M. de Labra).

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dibujo de Javier López,
del libro Nordés, de Jesús Pérez López
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Los oficios por los caminos:
los arrieros, los carreteros, los camineros,
las espalas en su tiempo...

 

De los caminos ganaderos, a los caminos carreteros, o a los raíles del AVE

Los caminos asturianos por cualquier conceyu están tallados con largas historias de la arriería y las habilidades de los carreteros a la hora de sobrevivir en unos siglos tan lejos de la electricidad o el motor con ruedas: los transportes de todo tipo sólo eran posibles gracias al arte de personas y animales, en peripecia diaria por cualquier conceyu según la época del año, pero especialmente en zonas de montaña y en invierno o en primavera. En la memoria de los lugareños mayores, sobre todo, sigue tejida toda una red de caminos, personas, estrategias, fruto del trabajo y del ingenio de los más arriesgados en su tiempo.


foto prestada por Arturo el de Tiós

En muchos casos, esa red caminera se prolonga varios milenios en el tiempo: dicen los pastores, los vaqueros, que muchos caminos, por los altos o a media ladera, sobre todo, no son sino mejoras hechas en las antiguas vías pecuarias: las que usaban los rebaños en su trasiego estacional desde los pueblos más secos de otras regiones meridionales hasta los frescos pastos de las montañas, y hasta las mismas costas del mar. Las vías romanas, las vías de la Plata, serían un ejemplo entre otros.

En palabras de Pascual Riesco:

"La arriería, en sus diversas manifestaciones, despliega una densa malla de relaciones comerciales, que fue adquiriendo ramificación creciente hasta la llegada del ferrocarril. La más antigua arriería, precaria e insegura, iba por caminos de herradura, inicialmente con asnos, posteriormente con recuas de mulos...

A medida que se generaliza la red de calzadas y caminos aptos para carretas, adquiere también impulso el transporte en carros, carretas y galeras. Es un proceso que se asienta a mediados del siglo XVI, en coincidencia temporal con la magna compilación de Villuga.

Los maragatos, por ejemplo, usaron inicialmente recuas; luego pasaron a usar carros de mulas, abandonando los caminos de herradura. En la Edad Media era general la arriería por caminos angostos, aptos solo para caballerías."


Foto prestada por Esperanza y Ricardo:
La Raya, El Alto'l Puerto

A modo de un ejemplo entre tantos

Es el caso de conceyos como Lena, en la parte central de la Cordillera asturiana, lo mismo que en otros parecidos por su posición más directa a la Meseta: Aller, Quirós, Teverga... Hay toda una larga historia caminera de comunicaciones, poco menos que obligadas, entre el resto peninsular y el centro regional asturiano. Sin ir más lejos, la llamada Variante del Payares no es sino una versión más de esa remota red de caminos (de fierro y cemento ahora) trazados por lo menos malo de las montañas.


del libro Caminos y viajeros de Asturias,
ALSA

Siglos atrás, los caminos empedrados, los senderos, las carreteras (para el paso de los carros, claro) apenas dejaban huella sobre el paisaje. Los efectos destructores actuales son bien distintos, sobre todo, cuando no se siguen siquiera las normas vigentes obligatorias para el resto de los vecinos: las leyes no parecen para todos iguales. El paisaje se transforma o se destruye ahora de manera irreparable en muchos casos.

De aquellos caminos carreteros queda una arraigada memoria entre los mayores de hoy: Justo el de San Miguel es un ejemplo de claridad informativa a sus noventa años. Con las notas tomadas al mor del fuibu una tarde inverniza, fue surgiendo toda una riestra de vida carretera y arriera de casi un siglo atrás. Incluso recuerda lo escuchado a sus padres y a sus güelos.

La posición estratégica de un pueblo entre caminos

Parece evidente también que el pueblu de Samiguel del Río sea uno de los más adecuados para el paso de los caminos, dada su situación en el fondo del valle, pero, a la vez, en el punto de un cambio de ladera: por Samiguel habían de pasar, no sólo los caminos antiguos en la ladera del Payares, sino también los que continuaban en invierno por la ladera más soleada de Yanos de Somerón. Se evitaban así las pendientes y zonas más sombrías de Payares, La Romía, La Muela...


Las comodidaes viaxeras de entóncenes
(del Museo del Hombre y del Campo
Valle del Pas, Cantabria)

Con todo ello, estos pueblos fueron produciendo con el tiempo unos cuantos paisanos que se conocían por el oficiu de carreteru y arrieru: los primeros, más bien con las parexas (de vacas o de gües) y el carru del país; los segundos, con los machos y las mulas, siempre a lomo de albarda y de reata con la recua. Hay que añadir los que hacían el servicio de viajeros, mucho antes que los autobuses, los trenes, los taxis, los coches... Eran los coches de madera y ruedas: las diligencias tiradas por caballerías, sobre todo.

La vida de los carreteros debía ser dura todo el año, pero especialmente en días de nieve o lluvia: con nieve, con hielo, ya ni se podía salir del pueblu -recuerda Justo-, pues ni los bueyes, ni las vacas, ni las caballerías se defienden en las pendientes, cuesta arriba o cuesta abajo: cálzanse, es decir, se les mete nieve entre las pezuñas (especialmente a los caballos), resbalan, cogen miedo...


L'Alto'l Puerto:
La Raya

Muchos nombres recordados

De Samiguel eran Quico l'Arriiru, Ramón...; Goro, el de La Malvea...; Lin de Salas, de La Muela, Xuaco el de La Peña... Y tantos otros como Manolo l'Arriíru, Pepe Luis, Pedrín el d'Estrella, Amado, Pachinín, El Pío, Ramonzón el de Parana, Paco l'Arriíru, Ruza el de Malveo..., que trabayaban por el valle. Tenían parexa de vacas o de bueyes y carru, con los que acarretaban, sobre todo, maera de los montes para llevar a las estaciones de RENFE en Payares y Fierros. Allí los mercancías se encargaban de distribuir la madera para el resto asturiano y para tierras leonesas, castellanas, extremeñas... El promedio de carga en el carru era de una tonelá, según la parexa, la época del año, las dificultades por los caminos empedrados, o embarrizados tantas veces.

En otras ocasiones, la madera se destinaba a las diversas panaderías del valle de Payares: la que no servía para rollas, tablones, vigas...; más bien de faya, frisnu, roble... Y con el tiempo fue aumentando las madera para las minas: postes y mampostas, que también se distribuía en trenes. Otras cargas eran con tayos de madreñas para las fábricas. Finalmente, los arrieros y carreteros sacaron muchos xornales con las traviesas de la vía que subían a lomos de machos o en carros hasta los lugares acordados.

Los arrieros y carreteros del valle podían echar muy pocos viajes al día, a juzgar por las distancias: solían ser entre un viaje, viaje y mediu... Por lo que se quedaban a dormir en Polación: poblado a la entrada de Valgrande. Al día siguiente terminaban el viaje interrumpido con la noche, descargaban en Payares, en Fierrros..., y volvían para el viaje del día al hayedo otra vez.

"Espolique del camino
necesita pan y vino,
y va mejor si sobre eso
i ponen tocín y queso"
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dibujo de Javier López,
del libro Nordés, de Jesús Pérez López

Dos arrieros, seis machos; y un caballo pa aprovechar un poco el viaxe...

El arte de los arrieros no debía ser fácil tampoco, a la hora de tener que aprovechar la misma andadura con varios animales a su cargo: solían llevar tres machos cada arrieru. Y como iban dos juntos, apuraban la estrategia al máximo, añadiendo un caballo más para atenderlo entre los dos. Suponía unas cuantas piezas extras a lo largo de la temporada y a la hora de cobrar unos duros añadidos.

Los arrieros hacían el camino de vuelta a lomos de las caballerías. Pero también tenían sus preferencias, pues podían pasar varias horas entre la descarga y el lugar de carga otra vez. Por eso añadían el caballo, que les servía para la cabalgadura: los caballos son más cómodos para caminar; los machos se mueven más, se cabalga pero -nos explica Justo

El resto de los machos (o mulas) se arreataban a la cola de unos a otros, y el último llevaba una pequeña cencerra , de forma que si se soltaba alguno, dejaba de oírla el arrieru , se bajaba y los volvía a encolar unos a otros. Prevalecían los machos y las mulas respecto a los caballos por varias razones, sobre todo, porque gastaban menos, son más resistentes, pueden pasar más tiempo sin comer, duran más años... ..


La mula, a la estaquera:
todo el verano camín del puerto

Los esquilones de las parexas con carru

Los carreteros también tenían sus estrategias con la parexa de vacas o de gües. Por ejemplo, les colocaban unos grandes esquilones que en parte suponían una competencia con el resto de carreteros. En principio, los esquilones eran para avisar en la distancia: cuando se aproximaba una esquila había que esperar en un lugar más espacioso del camino para poder cruzarse.

Pero también habían de resonar los esquilones de una ladera a otra del valle, de forma que se interpretaran como un signo de poder del carreteru y de los bueyes: cuanto más resonaran y más veces por el día, más fuerte era el negocio familiar. La publicidad más sana en su tiempo.


del Museo del Pan
(Ozcos)

La parexa gües en la Estación de Uviéu: las maniobras con los vagones

Pasan las horas otoñales escuchando el libru abiertu en la memoria de Justo, al tiempo que vamos asociando detalles y contrastes con nuestros tiempos. Por ejemplo, cuando las parexas de gües se contrataban para las maniobras con los trenes en las estaciones de RENFE, y en concreto en la de Oviedo. Se enganchaba la parexa a un vagón y lo arrastraba hacia un almacén, a un cargadero, a un taller...

Se ahorraban así máquinas y carbón. La parexa quitaba un vagón de un tren y lo acoplaba a otro: primero, marcha atrás; luego, marcha alante... Y así, con la habilidad de carreteru y la paciencia firme de los bueyes, se iban formando nuevos trenes en la Estación, cada uno a su destino. O clasificando los que venían de Castilla con productos distintos.

Una vez descargadas las mercancías de los vagones, seguían los trabajos de los bueyes, distribuyendo los productos por las villas y ciudades a los comercios, a las casas particulares... Justo recuerda que se llevaban bocoyes de vino, sacos de farina, ferramientas...


dibujo de Javier López,
del libro Nordés, de Jesús Pérez López

O de la Estación de Busdongo al Alto Payares

Era famoso en los altos de Payares, Paco, el del Bar Manazas: tenía su parexa de bueyes para traer el vino, la cecina, los xamones..., desde la Estación de Busdongo al Alto. Y cuando nevaba mucho, aparcaba la parexa y cogía un experto caballo que rompía entre la nieve para traer lo imprecindible: el pan, el aceite... Lo demás podía esperar a que amainara la nevá. Lo mismo hacía El Maraguetu, los de Torna... La parexa gües era imprescindible como vehículo de transporte popular, hasta va menos de un siglo atrás.

La importancia del mesón del Alto debió ser relevante en unos tiempos de trasiego a pie y en carruajes, en días invernales sobre todo: los mismos vaqueros recuerdan con con gratitud el pan y el vino, la cecina..., el cobijo que siempre daban Paco y Manolo tras las puertas siempre abiertas de la venta. Luego fue Venta Casimiro, y hoy sigue con funciones renovadas a cargo de Esperanza y Ricardo, excelentes conocedores de esa larga historia de caminantes y camineros por ambos lados de La Raya: Esperanza, con una memoria perclara de la vertiente leonesa; Ricardo, con sus anécdotas vividas y escuchadas por la vertiente payariega. Gracias a ellos se prolonga en el tiempo la función sagrada de una venta a la antigua usanza por un puerto de montaña; y, sobre todo, en días invernales.


Foto prestada por Esperanza y Ricardo:
el mesón del Alto, luego Casa Manazas.

Cruzar desde Busdongo a Payares un par de siglos atrás...

Tan sólo un par de siglos atrás (no digamos ya, mil, dos mil años...), cruzar en pleno invierno desde la vertiente leonesa a la asturiana debía ser peripecia arriesgada, sólo apta para necesidades extremas. Los mismos romanos pasaron por los altos de Pendilla y La Carisa, y seguro que no en diciembre o enero.... De ahí también el relativo aislamiento tradicional de Asturias hasta casi estos mismos días. Ni los Reyes pudieron mantener su reinado aquí por muchos años. Pues ni los Reyes podrían pasar a los dominios castellanos por Payares, durante varios meses con las nevadas de antes. Está escrito en algunos textos preciosos. Rafael M. de Labra (ilustrado del s. XIX) atestigua que estos caminos del Payares podrían quedar cerrados una parte del invierno, cuando habla de Busdongo en uno de sus viajes de Madrid a Oviedo, en 1881:

"Busdongo tenía ... , en 1826, 149 habitantes reduciendo su población al centeno, patatas, algunas frutas, pastos y ganado lanar..... Hoy [sobre 1870] tengo por cierto que la población ha aumentado considerablemente: creo asimismo que ha subido su riqueza; pero entiendo que su valor descansa tan sólo en ser desde hace media docena de años el depósito del comercio y el lugar de parada ó de refugio de los viajeros del puerto. En vano todo el mundo tiene que detenerse allí un momento, y la larga calle de Busdongo se vé cuajada de diligencias, coches, carros animales. En invierno la cosa tiene mayor importancia. El puerto se cierra y los traficantes han menester esperar en Busdongo á que se deshielen las alturas ó se franqueen a pico los Alpes asturianos... De aquí un verdadero hacinamiento de carros y mercancías en la pobre aldea, que para esto, y en vista de que las obras de la línea férrea iban despacio, muy despacio, se dispuso á aprovechar las circunstancias levantando almacenes, cuadras, posadas..." (De Madrid a Oviedo... (p. 62).

La última carretera (pero con parexa de gües y carru): Purita la de Arbas

Muchos detalles de interés nos transmiten Esperanza y Fe, escuchados a su madre Manuela Tascón Álvarez, que había llegado hasta los años noventa con la memoria muy clara acerca de esa larga historia de caminantes y caminos que pasaban entre los monjes del Monasterio de Arbas. Por ejemplo, las peripecias de la última carretera (oficiu, en femenino) que hacía de grúa con bueyes (de gabita), a falta de otras más modernas entonces: era Purita la de Arbas que, con un par de gües, remolcaba los coches en días de nieve, lo mismo entre Payares y el Alto, que entre Busdongo y La Raya. Los ataba con una cadena, los iba remontando hasta el Alto, o los cobijaban en lugar adecuado para pasar la noche hasta que llegara la espala . Y se ganaba de paso unos merecidos riales.

Algo parecido cuenta Ricardo de Xuaco el de La Peña (que murió en 1957, a los 84 años), vecino del caserío desaparecido hoy bajo Floracebos, justo frente al cruce de la carretera a Samiguel: con su parexa de gües, Xuaco, allá por los comienzos del XX ya se dedicaba a remolcar coches por las pendientes, echar gabita a los pequeños camiones con cargas excesivas. Esta expresión de echar gabita fue general en todas las zonas de montaña, aplicada a una parexa de bueyes que ayudaba a otras a subir las cuestas con mucho desnivel; o a bajarlas, reteniendo el peso por detrás a modo de freno, cuando el carru podía pasar delante las vacas (como quedó en el otro dicho también).


al par del fuíu,
con las faízas de faya, rebutsu, frisnu...

Un capiruchu a la cabeza, y de madreñas...

Y con las condiciones meteorológicas también de entonces: cuando llovía o nevaba, la única protección era una zamarra (en el mejor de los casos), un saco que hacía de capiruchu, hábilmente doblado por una esquina, y de madreñas atás con cuerdas a los pies, para que no se quedaran entachás entre la nieve o el barro. Era la única forma de no perder las madreñas también. El plástico, las chirucas, el paraguas..., aún no habían llegado, y tardarían en hacerlo para todos, sobre todo, para los más precarios en los pueblos de montaña.

Muchos otros servicios hacían los arrieros y carreteros por los pueblos. Por ejemplo, llevaban gente de viaje, a lomo de los caballos, en las dos formas: a media mula (se pagaba la mitad del billete, con la obligación de hacer la mitad del viaje a pie); y a mula entera. Si había más dinero, el viaje completo con derecho a lomo de la caballería todo el tiempo.


las madreñas de clavos
pa los caminos de barro

La xarré: el carruaje para viajar por carreteras empedradas

En otros casos se viajaba en la xarré (expresión lugareña): el pequeño carro para pocas personas; o en la diligencia mayor, para el viaje colectivo. Los vaqueiros de alzada de zonas más occidentales eran expertos en el arte de la arriería y de los transportes entre Asturias y otras muchas regiones: eran famosas las rutas a Sevilla, a las montañas de Aragón....

La xarré, tirada por un caballo, no dejaba de ser un lujo: se citan los que la tenían para uso privado, especialmente para repartir bebidas y productos imprescindibles de uso diario; eran sobre todo los comerciantes, los señores, señoritos y señoritas de los palacios y posesiones mayores con criaos; los escribientes... Era típica la xarré con visera saliente hacia adelante para protección del viajero, sobre todo, en días de sol intenso, lluvias, nieve...


Las alforxas del viaxe pa las viandas:
antes, siempre colgadas de las albardas

... Y los de tercera, qu'emburrien...

Las modalidades del viaje carretero debían ser varias, no sólo con la división media mula / mula entera (informaciones de Adolfo García Martínez) sino que había, por lo menos, tres clases de billete a su modo, como recoge un dicho popular escuchado en el valle del Payares, aunque no se pueda saber muy bien, sólo por el contexto, a qué tipo de carruajes se refiere y dónde, en qué ruta.... Dice la voz oral que, de vez en cuando, la tripulación escuchaba en algún punto del viaje por El Puerto, con ventisca y nieve, sobre todo:

"Los de 1ª, que sigan sentaos;
los de 2ª, que sigan a pie;
los de 3ª qu'emburrien".

Los dibujantes del s. XIX atestiguan el dicho: hay escenas de carruajes tirados por mulas en caminos muy pendientes de los puertos de montaña, y en días de fuertes nevadas, donde los viajeros se bajan (se apean): unos siguen andando, y otros están empujando a mano el carruaje por detrás, de forma que las caballerías puedan sacarlo vacío hacia el alto del paso por la cumbre. No debían ser cómodas, ciertamente, las comunicaciones por los caminos empedrados, tan sólo unas décadas atrás: las carreteras de verdad, las que se hicieron para las carretas y los carros, que bien dice la palabra.


rompiendo güelga pe la mañana,
camín de las vacas

Los espalaores y la espala, los camineros

En toda esa red de caminos por las montañas, existía una preocupación constante por la conservación de las pedreras, los aguatochos , las cunetas... Era labor de los camineros, algunos recordados con nombres y apellidos. Como los recuerdan los edificios todavía llamados La Casilla los Camineros, La Casa'l Caminiru ... O el mismo apellido Caminero . Es decir, que había un oficio específico dedicado a la conservación de los caminos, sin más maquinaria que la pala, el picu , el carretillo... Poco más.

Ya en el invierno eran imprescindibles los espalaores: los lugareños de los pueblos, que se ganaban unos riales en el invierno, dedicados a espalar, sobre todo, los caminos principales, los del Payares. Llegaban de Yanos, de La Romía, de Samiguel del Río..., y quitaban la nieve de las pedreras echándola a los lados con las palas, y siempre de madreñas. O picaban las capas de hielo (las tsastras y tsastrones de xilu ) con los picachones , de forma que los animales no resbalaran en las subidas y bajadas por el Puerto.


con la carretera cubierta
a la espera de la espala

Por un xornal de siete riales al día (casi dos pesetas), los guajes; los mayores, diez

Los espalaores eran de todas las edades: los guajes, de 12-13 años, esperaban todo el año a que nevara para poder sacar unos riales imprescindibles; 7 riales al día (casi dos pesetas), en condiciones adecuadas, porque cuando salía el sol, ya los echaban pa casa (cuenta Justo con detalle); y si seguía cubriendo y traponiando fuerte, también; se dejaba de espalar. Los mayores cobraban algo más, sobre los 10 riales (2,50 pts). En todo caso, para ganarse el xornal, una vez con la nevada en la carretera o en la vía, sólo tenían que presentarse al capataz de obras y pedir modo. Casi siempre había algo, aunque sólo fuera por unos días.

La espala se hacía igualmente en las vías del tren, aunque los guajes no podían pedir trabajo en ellas hasta los 15 años. Aquí se espalaba la caja de los raíles, y las balanchas que se desprendían del monte: éstas podían durar hasta 2-3 días, con toda la circulación cortada hacia Busdongo. Las máquinas de vapor enseguida trababan con la nieve.

Una pala untá con unto o con brea; las madreñas, con cordeles a los pies

No obstante, la espala tenía sus técnicas: por ejemplo, había que untar la pala sebo o con brea, y calentarla, para que luego soltara la nieve; si se apegaba , nun se podía dar pasu . Lo mismo que con las madreñas clavos, siempre atás a los pies con cuerdas: con la nieve apelmazada en los tacones, no se podía caminar. Finalmente, se hacían apartaeros : espacios más anchos en los caminos principales y carreteras empedradas, de forma que los carruajes, los coches, se pudieran cruzar.

La misma espala se realizaba en los caminos menores de los mismos poblados: cuando la mañana aparecía nevada, lo primero que hacían los vecinos y vecinas era espalar. Se comenzaba por abrir paso a las cuadras del ganao, a la fuente pública, a la iglesia... Si había una casa con un enfermo, también tenía prioridad. Ya por el día arriba, se enlazaba al camino principal del valle y a otros pueblos cercanos o principales.


El pueblu cubiertu:
el silencio sonoro de la nieve
(el piar de los páxaros, el chasquido de las ramas...)

Las sierras de la madera: Agustín de Parana, Escosura, Estrada...

Pequeñas industrias fueron arraigando en muchos pueblos, nacidas con el saber de arrieros y carreteros: vinateros, maeristas, canteros... Destaca especialmente la explotación maderera, los carpinteros, los serraores... En el aprovechamiento de la madera para muchos usos rurales, la de mejor calidad se llevaba directamente a las serrerías, para tablas, tablones, cabrios, pontones, tremes, pesebres... Resonaba en todo el valle y en el concejo la serrería en Campomanes de Agustín el de Parana, luego Sierra Dino.

Durante muchos años sacó la madera de Valgrande que subía a La Casa Tibigracias y a La Vega'l Brañichín: queda la amplia calzada que serpentea por el hayedo arriba, entre Los Mestos y L'Acebalón, por ejemplo. También Agustín tenía otra sierra en El Monte la Pisona, otra en Polación..., que le servían para despiezar ciertas rollas que no necesitaban llegar enteras al lugar de destino. Con ello se aligeraba mucho el transporte, al tiempo que todos los sobrantes quedaban in situ para abono del monte otra vez.

Por el valle del Güerna eran famosos los Escosura, con sus trabajos desarrollados en la Fábrica de Sillas de Sotiello: La Fábrica'l Quempu. O Estrada, con su serrería en Campomanes. Durante muchos años explotaron castañeros, robledales, hayedos..., con destino a la región asturiana y a los pueblos de León. Los bosques eran una riqueza de estos pueblos.

ANEXO, a modo de ejemplo sobre los carruajes y los viajeros: una caravana al paso por Busdongo en 1881.

Para entender un poco el espectáculo que supondrían los carros y carreteros llevando gente y mercancías por las carreteras (de piedra, barro, polvo, por supuesto, según la época del año), sirva otra página de Rafael. M. de Labra (libro citado, p. 86):

"Nada más movido, nada más interesante que el espectáculo que ofrece la larga y quizá única calle del pueblecito de Busdongo y la primera legua camino del puerto en el instante de partir los carruajes del convoy. El látigo cruje, el mayoral centellea, juran los zagales y las mulas y los caballos arrancan al galope, entre el ladrido de los perros, el mugido de las bestias, el vocerío y aplauso de las mujeres, de los chicos y hasta de los hombres que salen al portal de sus casas á tomar activa parte en la distracción del día...

Densas nubes de polvo llenan el aire, y entre ellas se percibe la más exquisita variedad de carruajes, desde la aristocrática carretela hasta el carro del maragato y la pesada y chillona carreta del asturiano. De vez en cuando, dos ó tres caballeros -un presbítero, de seguro- en escuálidos pencos, con sus correspondientes espoliques al estribo, y tal ó cual atrevida amazona en indómito jumento, que se arremolina y espanta ante el vertiginoso rodar de las diligencias ó bajo el latigazo perdido de un locuelo postillón.

Allá, la recua de mulas, agobiadas con repletos pellejos de vino y dirigidas por el sesudo castellano de Rueda ó de Toro; acá, las lucientes vacas acosadas por el austado ternerillo y mal contenidas por el aldeano de zapatos de madera y puntiaguda guiada. Y en medio de coches, caballos y caballeros, sorteando á unos y á otros y amparándose de los mojones del camino, el soldado que á grandes pasos vuelve al hogar con su pantalón rojo, su chaquetilla azul, sus flamantes alpargatas y su tubo de hojadelata pendiente del cuello, ó el resuelto astur, que con la alegría en los ojos, la salud en los carrillos, un regular garrote en la mano, la montera medio caída, la chaqueta al hombro y dejando ver por entre la burda camisa el velludo pecho, trata de ganar las alturas del puerto, trepando á la zaga de un coche, siquiera aventure el recibir un terrible fustazo".

 
 

dibujo de Javier López,
del libro Nordés, de Jesús Pérez López
 
 

Bibliografía: