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Collioure
(V)

Publicado en la Nueva España,
el 4-11-2005.
Francisco Noval.
Profesor del IES "Río Nora"
de Pola de Siero.

Fines de agosto de 2004. Rápido regreso a Asturias desde Collioure por las autopistas del sur de Francia: la Catalane primero, la de Des Deux Mers hasta Toulouse, la Pyrénéenne después. Hora a hora se van quedando atrás luces, paisajes, pueblos y ciudades apenas si entrevistos. Atrás se va quedando la luz blanca del Mediterráneo, sustituida por la luz encendida del Midi para teñirse al fin con el verdor que anuncia el Cantábrico a partir de Pau. Luego vendrán Hendaya, San Sebastián, Bilbao, Santander y Ribadesella al fin, con el Sella y el Cantábrico a los pies.

Ha transcurrido un año, ha finalizado un nuevo verano y, sin embargo, desde entonces nunca he podido irme del todo de Collioure, de ese pequeño pueblo de pescadores al que un día a comienzos del siglo XX llegaron los fauves , con Matisse a la cabeza, seguido de Derain y muchos más. Collioure es hoy, como tantos otros de la costa mediterránea, un pueblo turístico, de diaria aglomeración de gentes en sus estrechas calles, de continuo vaivén en sus playas entre la iglesia fortaleza, el viejo puerto y el antiguo castillo de los reyes de Mallorca. Le rodean abundantes y ricos viñedos que trepan por las laderas soleadas hasta las colinas de los Montes Alberes ocupados desde tiempo inmemorial por torres de observación.

Un día serpenteamos entre pinares y viñedos en rápido ascenso camino de la Tour Madeloc . La altura permitía percibir allá a lo lejos la larga flecha costera del Mediterráneo que se extiende entre Perpignan y Narbona. Allí estuvieron, en aquella costa hoy tan placentera, en aquellas playas sufrieron las inclemencias del sol, del frío invernal y de las tempestades del mar, allí murieron o sobrevivieron tantos hombres y mujeres refugiados que acababan de perder una guerra civil y con ella a su propio país.

En el centro del pueblo, casi al lado de Casa Pairal , hoy renombrado hotel, está el cementerio de Collioure. En tierra y bajo altos cipreses tiene su sepultura Antonio Machado con su madre, su madre, fallecida muy pocos días antes, con él. Apenas si cinco días en Collioure y fueron repetidas las veces que encontraba un tiempo para acercarme a aquella modesta sepultura, por la que ya han pasado el sol y las lluvias de tantas estaciones y tantos años, como si se tratara de una obligada peregrinación.

Chicos y chicas del bachillerato habían dejado sobre la lápida papelillos y piedrecitas escritas, muchas repitiendo versos intimistas del poeta -"caminante, no hay camino, se hace camino al andar"-, otras expresando afecto y admiración. No había ruidosos y atolondrados escolares en aquel final de agosto, pero sí discretas parejas casi siempre jóvenes que, como yo, se acercaban a aquella tumba en recatado silencio, quizás pensando y recitando para adentro versos bien queridos, quizás sintiendo propia aquella soledad.

Es larga la distancia y, en el tiempo, ya está a más de un año aquella breve estancia en Collioure. Aún recuerdo sus calles luminosas, las playas a un lado y otro del bastión de la iglesia, los restaurantes de verano entre los platanares, las barcas amarillas, azules y rojas con sus velas recogidas porque, mero reclamo turístico, ya nunca volverán a pescar, los espacios fauve tan bien publicitados, el camino empinado y caluroso hacia el hotel, las rojas colinas llenas de viñedos...

Y sin embargo no es éste el Collioure que retorna una y otra vez a mi memoria, que una y otra vez me deja silencioso y pensativo, casi con un desconocido dolor. Sé, cómo no, que el azar y la historia pesan para que esté allí. Lo sé, lo sé, pero eran otras las preguntas que afloraban entonces ante su sepultura y que, insistentes, se repiten con la misma viveza aún hoy. ¿Por qué no junto al Duero, en la fría Soria donde 'primavera tarda'? ¿Por qué no entre los olivares de la bellísima Baeza en Jaén? ¿Por qué no en la luz clara, al lado de naranjos y limoneros, en la Sevilla que le vio nacer? ¿Por qué no más cerca de generaciones sucesivas de bulliciosos escolares que vayan a depositar -qué mejor homenaje- versos siempre sentidos a sus pies?

Paco Noval.

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