Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

Descripción ficticia:
una tarde de mayo

David Ordóñez Castañón
(II)

Es una soleada tarde de mayo. Estoy asomado a la ventana de mi casa, reposando un poco la comida, aún saboreo la dulce tarta que mi madre había preparado como postre de la comida, estaba deliciosa y todavía busco en el paladar otro instante de degustación del manjar mas ya se había terminado esa sensación.

Pero me conformo con el singular olor de aquel lugar, un aroma que puede ser la mezcla de flores, aire puro, hierba,… Tiraba una suave y relajante brisa que animaba a la relajación.

También se hace notar el susurro del riachuelo que fluye por el valle y pasa por enfrente de mi casa. Sus aguas son cristalinas y resplandecientes y el sol se refleja en ellas como si se estuviese mirando al espejo. Incluso, de vez en cuando alguna trucha sale del agua a por las moscas que pululan por ahí. Unos cien metros más abajo, un hombre vestido totalmente de verde se dedica a la pesca, parece que hoy es un día apropiado para este arte.

Delante de mí, enfrente de la casa, se encuentra el puente que salva el arroyo. Está viejo, quien sabe cuántos años tiene, quien lo construyó o cuánta gente pasó por encima de él no obstante, podrá aguantar unos cuantos años más. Su pared norte está cubierta de musgo y su color es mucho más oscuro que en la otra cara, más clara y de color ocre, incluso se puede apreciar la marca del agua.

Ahora mismo pasa sobre la pasarela un ganadero, ya viejo, de gran altura, cuerpo robusto y rostro envejecido, vistiendo un puerco mono azul y sujetando un sólido cayáu que va golpeando contra suelo cada paso que da. Delante suyo una vieja vaca de color oscuro que ya sabe el trayecto que debe seguir. Seguro que va a la fuente a beber.

El agradable sonido del agua, el armonioso canto de los pájaros que revolotean y del murmullo de las hojas de los árboles, que son suavemente agitadas por el viento interpretan una perfecta sinfonía natural capaz de de amansar a cualquier persona.

Más allá, a la otra orilla del río, un rebaño de ovejas pasta tranquilamente en un prao. Los pequeños corderos juegan y corretean y se entretienen con pequeñas luchas entre ellos. Otras praderas están amarillas y crecidas, ya les falta poco para ser segadas. En lo más bajo de la ladera se encuentran las pomaradas que este año están muy cargadas, probablemente como este año no ha habido grandes granizadas y el tiempo ha sido bastante soleado pero con lluvias saldrán buenas manzanas, por lo que la sidra de la próxima temporada será buena.

Los bosques mixtos se encuentran por encima de la zona de los praos. Los diferentes colores hacen pensar que cada árbol es de diferente tipo: robles, castaños, avellanos,… la sombra de alguno de ellos se proyecta sobre los praos y proporciona cobijo a ovejas, vacas,…

Muy por encima de los bosques, al fondo del valle, se elevan hasta las alturas dos impresionantes montañas calizas y en su cima todavía relucen las últimas pinceladas de nieve primavera. Estas peñas quieren acariciar al sol que nos observa desde lo más alto.

Se acerca la hora de marchar de nuestra casa del pueblo. Aunque no me apetece me aparto de la antigua ventana, su madera es áspera de desgastada y abandono tan especial observatorio que seguramente ya habrá cambiado para la próxima semana.

David Ordóñez Castañón

Ver David (I): Un día en Las Morteras

Ver David (III): Camino de Perigueux

Ver David (IV): Camino de Perigueux

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