Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

 

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Matar para seguir viviendo.
La Guerra Civil en Teverga
(II)

Las sendas de la vida
y sus circunstancias
Recuerdos de un niño de derechas

Vengo de una familia de Derechas. Es decir, relativamente de Derechas porque el abuelo materno Manuel Díaz Expósito -al que se le conocía popularmente por "Manolón el gallego"- fue uno de los primeros socialistas que hubo en el concejo de Teverga. Amigo del sindicalista Manuel Llaneza, con quien tuvo la oportunidad de trabajar, había tenido una particular actividad como soldado en la Guerra de Cuba y durante la Revolución de Octubre del Treinta y Cuatro (1).

Mientras D. Antonio Machado escribía: "Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/ y un huerto claro donde madura el limonero " y Manfer de la Llera, nos dejaba escrito: "...La neñez ye per siempre/ nómina señardiega/ un retayu de vida/ que presta recordar..." mi infancia son también recuerdos de los hermosos valles del País de siempre y un día. Sí. Los recuerdos más gratos son aquellos que nos trae la memoria de la infancia porque con las estampas del pasado el alma se solaza y se embriaga de melancolía. Al igual que las hojas son las raíces del árbol en el viento, las secuencias infantiles son el alimento imperecedero del hombre a lo largo de su existencia.

Así, la infancia -ebria de recuerdos- permanecerá, intocable en el individuo, palpitando, hasta el último suspiro, como un latido del corazón; como la diminuta llama de una vela ondulada por el yunque del silencio. Los recuerdos de infancia son, algunas veces, difusos como la niebla y difíciles de traer a la retina; no obstante, en otras ocasiones, las más, acuden diáfanos como un rayo de sol con música en los oídos y lisura en los dedos. Antaño, las horas no corrían y las hacía añicos entre mis juegos y lecturas; las bebía como el agua cristalina de la fuente La Prida que aun canta gozosa entre dos árboles a pesar del secuestro sufrido. Ahora el tiempo se me van de las manos, las horas pasan y pesan y, aunque las colme de caricias, me dejan abandonado en el primer sendero.

Durante las veladas de invierno al ritmo del corazón metálico del reloj de las Consistoriales, en cuya buhardilla vivía mi familia y la lenta y silenciosa caída de la nieve sobre las claraboyas, nos embelesaba mi padre -hombre de enorme fantasía- con las vivencias de sus tiempos mozos y hechos y anécdotas de guerra. Una guerra ocurrida hacía poco tiempo y vivida por él al lado del bando de los vencedores.

Yo tenía, por aquel entonces, un amigo -el mejor y más leal camarada de la infancia- cuyo padre, había llegado a los valles teverganos con los milicianos que se vieron obligados a abandonar el Alto Bierzo, donde trabajaba como minero en un pueblo -creo recordar- llamado Tremor, aunque él era natural y vecino de La Espina de Igüenas en la provincia de León.

Los dos amigos pasábamos las horas siempre juntos. Durante el tiempo escolar -con el inolvidable Don Arturo Cuenllas, buen maestro pero con la mano larga- aprendíamos en la "escuela nueva" (hoy el albergue juvenil), jugábamos al "pio-campo", al "pasemisín", a las "piedriquinas", a "luz" (intentando subirnos sobre las espaldas de unos compañeros que custodiaba el centinela), a la "meta" (recorriendo una pista perfilada en tiza con chapas de gaseosa y de cerveza en la que incrustábamos un corredor ciclista famoso). Mientras tanto, las niñas de Dª Carmen jugaban a la "comba", a las "prendas", al "narro", al "cascayo" y a la pelota-pared".

Los niños de Entrago -alumnos del inolvidable D. Angel Urbano- jugaban a la "barra" y a los tiros y espadas entre los "cuetos" en el mismo escenario donde habían caído las bombas lanzadas por los aviones en noviembre de 1936. Todos asistíamos a al catecismo los domingos a los claustros de la colegiata con D. Valentín y luego con D. Melchor y también todos -unos más diestros que otros- éramos artesanos de nuestros propios juguetes: pistolas, espadas, arcos, flechas, peonzas, "ganchetas" y aros, "gomeros" (tirapiedras), silbatos, pelotas de trapo...

Pero en el 1956 -dos meses después de un campamento de verano en Pola de Gordón- mi tía Celestina -maestra nacional, a quien tanto le debo y quede en estas lineas mi cariño y recuerdo imborrable a título póstumo- me matriculó en el Colegio de San Pedro de La Plaza con la aquiescencia de mis padres. Así pasaba a la "enseñanza secundaria" con nuevos compañeros, profesores en distintas materias y, sobre todo, un ambiente colegial muy diferente hasta el entonces vivido.

Había más libertad de movimientos con una disciplina más tolerante y, de puertas afuera, nadie se interesaba por la vida diaria de cada alumno. Fueron cinco años incompletos de gratos recuerdos y de una enriquecedora convivencia en la que aparecían por vez primera el "con-tacto" femenino de las condiscípulas y el acercamiento de los dos sexos que el Régimen de Franco y la Iglesia se empeñaban en separar como si hombres y mujeres -"los chicos con las chicas tienen que estar"- no tuviéramos un día que convivir juntos para continuar la reproducción y evolución de los seres humanos.

Fue aquella una experiencia rica en imágenes, sentimientos, nuevas luces y un vuelco total en los estudios donde aparecieron, por vez primera, los exámenes de junio y de septiembre. Aquellos controles, sobre todo los de septiembre, significaban que no se había trabajado bien durante el curso y que las ilusiones del verano: fiestas, los baños en el "vanzao" de Entrago, juegos y otros pasatiempos se iban al garete.

Para los exámenes teníamos que desplazarnos a Oviedo donde nos reuníamos con otros estudiantes "libres" del resto de la región en el instituto de la Calle General Elorza, para las chicas y en el "Alfonso II" para los mozos. Aquella si que fue la gran experiencia ante profesores como D. Adolfo García -enseñante a la sazón de geografía e historia- de sobrenombre "Atila" cuya presencia ya imponía temor y respeto como lo hacía el caballo del legendario jinete de las estepas siberianas por cuyos campos, a su paso, no volvía a crecer la hierba.

Tampoco en el vetusto y frío caserón -sostenido por columnas de piedra y largos y umbríos corredores, con el camposanto por el levante y los claustros monacales por occidente- nos hablaron del bando de los perdedores y de sus miserias y desgracias. En algunos de los recreos o en el tiempo de descanso para el almuerzo de mediodía -de una a tres- recuerdo haber visitado las cuevas de los peñascos de Valdellobos y un refugio antiaéreo que había en La Plaza. Ya por entonces vivía de cerca y me hacía las mil y una preguntas sobre lo que había sido la guerra.

Aquellos años, lejos de separarlos, los dos amigos del alma estaban más unidos que nunca y cuando se veían recuperaban el tiempo perdido porque además de los juegos ambos comenzaron a vender periódicos -lluvia, viento, nieve y sol- por los tres valles del concejo continuando con sus correrías y diabluras en dúo inseparable o bien con los demás compañeros más cercanos.

Otra historia triste y dolorosa sería cuando Carlos desaparece una mañana, por la senda de la emigración, camino de Alemania. Fue aquel un golpe duro que no desapareció hasta que hice lo propio para asentarme en Burdeos tres años después. Corría el principio de la década de los años sesenta: "el tiempo prodigioso". Fueron tiempos felices y nunca jamás hubo diferencias entre los niños y niñas de bandos diferentes ni roces entre el alumnado por razones politicas. Hubo siempre, por el contrario, una sana convivencia y el aprendizaje, el juego, el respeto y la alegría reinaba siempre entre todos, como no podía ser menos.

Los dos amigos seguían, con los años, vendiendo periódicos por los pueblos del concejo; los dos hacían las mismas travesuras; subían a buscar la leche a Redral, a casa de Lola y, eso sí, pasaban el tiempo tanto en la casa de uno como del otro. Así, ambos tenían versiones diferentes de la Guerra Civil según fueran escuchadas en uno u otro domicilio.

David Martínez Peña, el padre de mi amigo Carlos, había defendido las posiciones de puerto de Ventana y al quedar roto el frente, entregó su fusil en el Palacio de Entrago tal y como habían ordenado los mandos falangistas. En libertad vigilada, regresó a La Focella donde vivía su esposa pero enterado de los escarnios que se estaban cometiendo con varios milicianos, que se encontraban en su misma situación, decidió esconderse en una cueva cercana al pueblo, durante algún tiempo, hasta que por fin acabó por entregarse. Fue conducido a la improvisada cárcel de La Cadellada para ser trasladado, poco después, a San Marcos de León con catorce años y un día de condena.

Poco después, salía -formando parte de un pelotón de trabajadores, para redimir pena- hacia los túneles del Padornero y La Canda, en la provincia de Zamora, terminando su arresto en las minas de mercurio de Almadén donde contrajo una enfermedad pulmonar. Al no estar "manchado en delitos de sangre" regresó a Teverga, cinco años después, donde terminó su vida laboral como minero y empleado público (2)

Los dos niños defendían con vehemencia las posturas de sus respectivos padres; incluso generaron sus andanzas algunos conflictos entre ellos que quedaban solucionados al día siguiente mientras preparaban una nueva travesura. Era un gozo escuchar a David y, sobre todo, a su mujer Avelina -con una sonrisa siempre pegada en los labios- sus venturas y desventuras por las trincheras embelesándonos -en su humilde casita de los bajos del edificio donde se habían instalado el teléfono local- mientras caía la nieve menuda y pausada en aquellas noches de gratos recuerdos de la infancia.

Sentados al lado de la cocina de carbón escuchábamos a David hablarnos de "El lobo de Babia", pensando en el animal mítico de los cuentos hasta que un día nos dijo que se trataba de un teniente de las Milicias Populares vecino de Valdecarzana. En efecto, César Bernardo Lana tenía 24 años cuado le dieron la graduación de teniente de las milicias populares que combatieron en el Frente de Ventana. Tenía sobre él una orden de búsqueda y captura firmada por la Guardia Civil del puesto de Teverga, la Falange local y el propio Ayuntamiento por "...ser persona de marcados antecedentes marxistas, actuando como teniente de la milicias rojas...".

En realidad se trataba de una excelente persona que llegó a ser, con los años, vigilante de la explotación minera del Grupo de Villanueva en Las Garbas. El apodo contraido nada tenía que ver con la ética y el compromiso social de Lolo, como así se le conocía.

Nos contaba David la caza de un oso abatido por un miliciano y de los obuses que disparaban los nacionales desde Babia. Mi padre, por el contrario nos narraba los bombardeos de los aviones en el pueblo de Entrago y la amistad que había entablado con un soldado "moro" llamado Al-Fahue, sus vestimentas y su extraña forma de hablar y de rezar a Dios.

Los dos quedábamos obnubilados y orgullosos de las palabras paternas incluso con la diferencia de criterios y versiones lo que las hacían más ilustrativas y complementarias. Así y todo, a pesar de tener una idea infantil y de fantasía bélica, propia de la edad, no sería hasta bastantes años después cuando comencé a tomar realidad de lo que había supuesto aquella tragedia de los cuatrocientos días que duró hasta la derrota del bando Republicano y su posterior persecución, caza y muerte de muchos de los hombres y mujeres que habían defendido los ideales de la joven República española legítimamente salida de la voluntad del pueblo.

Encuadrado en el Frente de Juventudes y después en la OJE (Organización Juvenil Española) -más por el abanico de juegos y actividades culturales y deportivas que se proponían en la delegación de este colectivo, impulsado por la F.E. T. y de las J.O.N.S. que por consejo paterno- recibíamos en aquel local -situado al lado de la barbería de Santos Carvajal, del mismo modo que en las escuelas públicas y el colegio de segunda enseñanza- las clases de Formación del Espíritu Nacional y una versión muy particular de las hazañas de los nacionales en lugares y sitios para ellos heroicos y gloriosos como: el sitio de la "invicta" y "heroica" ciudad de Oviedo, el Simancas, el Alcázar de Toledo, El alto de Los Leones, Santa María de la cabeza, Belchite, Brunete, el paso del Ebro...

Pero nunca nos llegaron a hablar del terror de los "paseos", de los fusilamientos en masa, de la tragedia del Pozo del Táranu, de la represión a los "fugaos" del monte y a sus familiares ni del asesinato de Federico García Lorca, la muerte en la cárcel de Miguel Hernández, el paso por Los Pirineos de miles de españoles para huir de la muerte, el exilio de Don Antonio Machado, León Felipe, Salvador de Madariaga (3), de cientos de intelectuales hacia Europa y América.

Tampoco nada sabíamos de la persecución y posterior encarcelamiento de escritores, poetas y libre-pensadores que llenaron las cárceles del país o fueron condenados a trabajos forzados en el Valle de los Caídos, en minas y en túneles. De ellos y de otras historias había que correr -en aquellos años de la infancia- un tupido velo y sólo sería con el paso de los años, en los que el tiempo y la memoria irían poniendo a cada uno en su sitio para ir sacando a la luz los errores y horrores que se cometieron -dicho sea de paso- en los dos bandos.

Mi traslado a Francia -en plena adolescencia, principios de los años sesenta, como queda dicho- en busca de nuevos horizontes, luces, estudios y aventuras me fue mostrando una realidad desconocida. Fue el encuentro con grupos de exiliados que primero en campos de concentración - el fil de fer -, luego, en gran número, incorporados a la "Resistance", formaron parte de los grupos de "maquis", para terminar siendo trasladados -entre ellos varios asturianos- a Mauthausen, Dachau y otros campos (en estos días se cumple el 60º aniversario de la liberación de estos lugares de horror, de martirio y de exterminación) y una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, admitidos como obreros de pleno derecho y su "estatus" de refugiados políticos- me fueron enseñando la otra cara de una luna desconocida.

Entre aquellas víctimas del horror -buscando exiliados que hubieran participado en el Frente de Ventana o que tuvieran algo que ver con la demarcación geográfica donde se desarrolla este ensayo y los hechos que en él acontecieron- he tenido la suerte de encontrarme un día de otoño de 1987, en París, con uno de los españoles deportados. Se llamaba Juan Céspedes Fernández. Naciera en Almería el 30 de octubre de 1917 y había luchado en el bando republicano combatiendo con el Ejército del Norte hasta su huida a Francia por Los Pirineos en compañía de cientos de miles de españoles que se vieron obligados a huir para salvar sus vidas.

Céspedes fue movilizado y combatió como voluntario en la Batalla de Dunkerque (norte de Francia) y en 1941, apresado por los nazis, fue conducido al campo de concentración de Mathausenn condenado a trabajos forzados en la cantera de Kastenhofen hasta su liberación en el 1945.

En dicho cautiverio había conocido a un asturiano de Mieres llamado Prisciliano García Gaitero que poco después del horror de los campos de concentración que poco después ponía en orden y redactaba, bajo forma de diario, el testimonio sobrecogedor de aquel infierno de angustias y pavor. En sus páginas recogía su amistad entrañable con su "Juanito" del alma. Murió en junio de 1949 y fue enterrado en el cementerio de Fontenay-sous Bois, en las inmediaciones de París (4)

La entrevista con Juan Céspedes fue desgarradora al contarnos sus días y noches en el calvario nazi. A petición del autor, una mañana se presentó con su traje de deportado y en la Plaza de La Defense se revistió, con orgullo, con aquella trágica indumentaria a rayas ante el asombro de los viandantes que no tardaron en hacer un círculo en torno suyo y romper en aplausos al entender que había sido una víctima del terror impuesto por Hitler. Escribía sencillas poesías y con la música del himno de Asturias: "Asturias Patria querida ", compuso un romance a Aida de Lafuente. Falleció a principios del nuevo siglo XXI y sus restos se encuentran en el mismo cementerio de quien fuera su amigo del campo de Mathausen y del resto de la vida; el mierense "Gaitero" como él le conocía.

En Bordeaux, Toulouse, Agen y Montauban principalmente fui recogiendo los más variados testimonios (algunos de ellos narrados de forma épica y subjetiva pero duros y crueles en la mayor parte de los casos) de hombres y mujeres que se habían visto obligados a cruzar la frontera para salvar la vida. En aquellos años conocí la España de los vencidos, sus cantos, sus vivencias, el odio, la venganza y el rencor convertidos en un único deseo: la esperanza de conocer un día la muerte del general Franco y de regresar un día a sus pueblos natales. Pero para ello, la consigna colectiva era, ante todo, la muerte del Dictador.

Fue en aquel ambiente de hombres y mujeres, que todo lo dieran y todo lo perdieron, donde vi por vez primera la bandera tricolor republicana y escuché las palabras y la música de La Internacional. La misma que se oía desde la Radio Pirenaica, en la buhardilla de las Consistoriales teverganas, sintonizada, de manera irónica por mi familia para escuchar las arengas de "La Pasionaria".

Con las ideas bastante claras -todo lo límpidas que nos permite la confusión, la vorágine y el desconcierto desenfrenado de la vida con la mezcla de sentimientos tan intensos-, una vez en Asturias, y puestas en su sitio las piezas del tablero, di comienzo, a principios de los años setenta, a la búsqueda de la verdad y del tiempo pasado de lo que aconteció en la Guerra Civil en Teverga -17 de julio de 1936 al 23 de octubre de 1937- con un preámbulo de los hechos revolucionarios de Octubre del Treinta y Cuatro.

Los tres años trágicos que el concejo y la comarca vivieron desde la entrada de la Bandera Legionaria de la Falange de Lugo por Ventana y Torrestío y la posterior huida hacia los montes de las milicias republicanas, su búsqueda, captura, enfrentamientos y ejecuciones sumarísimas y arbitrarias.

Durante aquellos años, en los que comencé mi actividad como corresponsal de prensa en un diaro regional (5), mis crónicas y reportajes se vieron complementados -recorriendo los valles de Teverga, Somiedo, Tameza, Quirós, Proaza y Babia, en un arduo y laborioso trabajo de campo- al ir recogiendo diversos materiales -en disciplinas diferentes- que terminarían conformando mi primer libro (6) al tiempo que leyendas, poesías de la tradición popular, cuentos, narraciones de caza, anécdotas, apuntes y comunicaciones sobre la Guerra Civil vividas por protagonistas de ambos bandos y recogidos sus relatos en cintas magnéticas.

Años después aquellos trabajos habrían de servirme de fondo para ir pergeñando con forma y fantasía mi primera novela (7) ambientada en los "tiempos normales" desembocados en la Guerra Civil con protagonistas que poco o nada tendrían que ver con la realidad.

Hoy, casi todos desaparecidos, les debo a ellos este ensayo y a quienes padecieron aquella tragedia. También para la memoria de la Historia en el vivo deseo de tenerla siempre presente y no volver nunca más a cometer los trágicos, penosos, crueles, dolorosos y recordados episodios de una lucha fratricida de la que -casi setenta años después- aun no se han restañado del todo las heridas.

Son pues estas páginas introductorias unos recuerdos de infancia que perdurarán siempre en la memoria del autor. ".Nosotros los de entonces ya no somos los mismos." pero aquellas narraciones de nuestros mayores fueron, sin duda alguna, la piedra angular o los primeros renglones de los capítulos que siguen donde los relatos paternos y la fantasía infantil fueron tomando consistencia con el rigor del dato, el trabajo de campo y las transcripciones de las entrevistas realizadas a los comunicantes.

Mi afecto, grato recuerdo y homenaje -desde estas páginas, muy al margen de los capítulos que siguen- a los compañeros y compañeras de estudio y de juegos a los que, a buen seguro, también sus padres o familiares les hablaron, en las noches de invierno -en torno a la mesa o al calor del hogar- de algunos hechos y sucesos que a continuación se describen. También ellos-nosotros formamos parte de la memoria de la Historia.

NOTA: Se presenta el lunes 19 de dieciembre de 2005 a las 8 de la tarde en el Club de Prensa de La Nueva España de Oviedo. Calle Calvo Sotelo, 7

NOTAS PIE de PÁGINA

(1). Se verá más adelante una reseña sobre este singular minero.

(2). Un interesante capítulo sería aquel que protagonizaron los hombres y mujeres del Alto Bierzo. Tal vez sea demasiado tarde para poder transcribirlo, toda vez que muchos de los protagonistas han fallecido y, tal vez, sean muy pocos los escasos testimonios orales que nos quedan.

(3). El polígrafo español exiliado en Londres y Suiza conocía Teverga. Un hermano suyo había sido ingeniero de minas en el concejo. Entre sus poemas deja escrito uno alusivo a la Virgen del Cébrano y dedicado a su sobrina Elena Madariaga.

(4) Ver: "Mi vida en los campos de la muerte nazis" (Prisciliano García Gaitero), editado por José L. Gavilanes Laso. Edilesa-2005

(5) Mi primer reportaje sobre " Los vigías de Fresnedo, gran motivo turístico " aparece en La Nueva España en 1968, donde se recoge el descubrimiento de unas pinturas rupestres de la Edad del Bronce.

(6) " Teverga, Historia y Vida de un Concejo", Celso Peyroux y otros.Gófer-1978

(7) La sombra de un dios ausente. Celso Peyroux. Alborá Llibros Ediciones. Gijón 1998

(8) Verso de Pablo Neruda perteneciente al poemario "Veinte poemas de amor y una canción desesperada"

Celso Peyroux
Cilleruelo (Sierra de Alcaraz), verano de 2005
Del libro: Matar para seguir viviendo
(La Guerra Civil en Teverga y apuntes
históricos sobre los concejos de Quirós,
Somiedo, Tameza, Proaza y San Emiliano de Babia

MADÚ EDICIONES- 2005

NOTA: Se presenta el lunes 19 de dieciembre de 2005 a las 8 de la tarde en el Club de Prensa de La Nueva España de Oviedo. Calle Calvo Sotelo, 7 Francisco Umbral tiene escrito un libro titulado: "Memorias de un niño de derechas"/ Destino-1972