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Los clamores del viento

La infatigable labor escrutadora en el acervo popular de Celso Peyroux prosigue, con paso firme y constante, en esta nueva aportación suya a la pátina antropológica que constituye en sí la elección de la horma romanceril. Los clamores del viento es el título de esta pautada colección personal de composiciones enmarcadas en un territorio ajeno al connatural del autor asturiano, pero quizá incluso por eso mismo, por el impacto derivado del contacto con un medio en el que el poeta se siente adoptivo aunque paradójicamente integrado, el resultante lírico sea más fuerte; o quizá los poros del poeta se tornen más receptivos a la impregnación, como sin duda apreciarán sus lectores en esta singular compilación.

Celso Peyroux es el pseudónimo bajo el que se guarece el escritor y periodista Celso García Díaz (San Martín de Teverga, Asturias, 1944), formado profesionalmente entre España y Francia, país donde obtiene el Diploma Universitario de Estudios Literarios. Profesor, durante un tiempo, en la ovetense Escuela Universitaria de Turismo, y en la Alianza Francesa, a Peyroux le cabe el gozo de ser Cronista Oficial de su concejo natal, y pertenecer, en calidad de miembro correspondiente, al Real Instituto de Estudios Asturianos.

En su faceta periodística ?en la que sus artículos se cuentan ya por centenas?, ésta se vincula sobremanera a la promoción cultural y turística, área que conoce bien, pues ha sido director de centros de Tiempo Libre y formador de animadores y monitores de Tiempo Libre; y, además, tuvo ocasión de desarrollar sus planteamientos desde las instituciones públicas, ya que en los primeros gobiernos autonómicos de la democracia, en su persona recayó la jefatura del Departamento de Ordenación y Promoción del Turismo del Principado de Asturias.

Miembro de la Asociación Colegial de Escritores y de la Asociación de Escritores y Periodistas de Turismo, la bio-bibliografía de Peyorux se complementa con unas quince obras distribuidas, por géneros, entre el ensayo y la indagación histórica, la recopilación etnográfica autóctona, las guías turísticas, la narrativa (larga y breve) o la poesía.

A títulos anteriores como Seronda roja, La calzada romana de La Mesa, Balada para una metamorfosis con solo de avefría o Hasta que en el cielo toquen las aves, viene hoy a sumarse su incursión en la antiquísima veta hispánica del romance como forma de conjunción con la sabiduría innata del pueblo.

Los clamores del viento es el resultado de la relación que un hombre septentrional ha mantenido con la realidad albaceteña de la sierra de Alcaraz. Tras cuatro años de intensivo trabajo de recopilación, absorción, aclimatación y tratamiento artístico, Celso Peyroux ha traducido en su verso de reminiscencias puristas el cúmulo de sensaciones que el paisaje y paisanaje manchego le han ido labrando en la memoria y los sentidos, unido a su mantenido interés por los usos y costumbres tradicionales, apartado etnológico y etnográfico que no se escapa a las pretensiones líricas del presente poemario, y que el poeta recoge con mimo y traslada a su recreación literaria con todo el respeto y admiración que la situación y el contexto le demandan.

Consciente de la estela que le ha precedido, Peyroux ha tenido presente el rico trabajo desarrollado por folcloristas provinciales como es el caso de Francisco Mendoza Díaz-Maroto y su obra Introducción al romancero oral en la provincia de Albacete.

Celso Peyroux divide su entrega lírica en tres apartados: «Los clamores del viento», «Desde el surco te escribo» y «Estampas para el recuerdo», escritas en el pueblo serrano de Cilleruelo, donde el poeta acude varias veces al año a disfrutar, dice él, «del silencio, de la paz, del paisaje y de sus gentes».

El autor, según confesión propia, elaboró sus romances, que a la postre son los de la comunidad de la que salieron embrionarios, «hablando con las gentes del lugar que me contaron algunas leyendas, cuentos y anécdotas de la sierra»; recoge, pues, en cierto sentido el aliento juglaresco con el que fueron difundidos los viejos romances castellanos.

Antecede a los tres bloques mencionados un pórtico poético a la antigua usanza, antesala sintetizadora integrada por el soneto «Sierra», construido con precisión sobre una armónica enumeración sustantiva que responde al entusiasmo del visitante ante la nueva realidad que se le ofrece a la vista y con la que inmediatamente comulga.

Pero, así y todo, en este libro que ahora nace el poeta, fiel a sus propias raíces, no ha podido evitar la llamada profunda de Asturias desde la evocación, presente en los motivos y recreación de varias composiciones, no faltando incluso la elegía a la muerte en la mina titulada «Yunque de silencio».

Este material de partida que el poeta nos reconocía líneas arriba, excitó la imaginación del autor, provocándole en cascada una serie de fabulaciones que, convenientemente amasadas en el verso medido, fueron corporeizándose en las sucesivas piezas que conforman el libro.

Para su aproximación al latido íntimo de Alcaraz, Peyroux ha elegido el molde popular por antonomasia, el romance, si bien, y respondiendo al subtítulo del libro y otros poemas, haya incluido algunas piezas que, formalmente, se escabullen a tales reglas, como son algunos poemas en cuartetos o sonetos, por no referirnos a las piezas de inspiración musical (fandangos, tientos, coplillas, saetas o jotas serranas) o arrulladora como las delicadas nanas infantiles agrupadas aquí bajo el epígrafe «Flores silvestres».

Los romances aquí contenidos evidencian una narratividad tamizada por la omnipresente voz enunciadora del poeta, en la que el yo relatador y el sensitivo se alían, y suplen el diálogo de los personajes que intervienen en la acción, que se interioriza.

En varios romances, Peyroux recurre al anaforismo y los estribillos, como así ocurre efectivamente en «Cuando llegue ese día» o «Pour toujours», poemas en los que el discurso se articula alrededor de las declaraciones, entre sí antitéticas, «El día en que me quieras» y «Cuando tú te vayas».

También hay que destacar que estos romances, lejos de ser históricos o reflejo fidedigno de narraciones extraídas de la experiencia, transmitida y almacenada en el arcón popular, no están necesariamente vinculados a hechos épicos acaecidos en los lugares en los que la vena lírica del poeta los ha emplazado. En ellos, deja constancia el autor de la herencia cultural legada por los creadores mayores y menores.

En cuanto a los primeros, diseminados por varios romances, hallamos un sentido tributo ?parafraseando versos suyos, aludiendo a su figura o adoptando el tono de algunas de sus composiciones, como ocurre, por ejemplo, con el cantarín «Cuarenta hebras de sol»? a tres magníficos cicerones poéticos del siglo XX como fueron Antonio Machado, Federico García Lorca y Pablo Neruda.

Por su lado, en lo concerniente a los segundos, a los rapsodas de romances les ofrenda Peyroux poemas como «Las fontanas de la infancia»; el recuerdo de los poetas populares, con su decir verdadero cuajado de savia renovadora, se impone en «La balada de los manzanos en flor», o en los que consagra a Mino Fuenteseca.

Igualmente, al poeta albaceteño Ismael Belmonte va dedicado el extenso romance en seis partes (el más largo del poemario, si no yerro, junto con «Aqua vitae») que da título a la primera serie y al libro, donde campan reminiscencias clasicistas en el lenguaje poético, detectables, por ejemplo, en expresiones como «arroyos limpios», «aguas cristalinas», «dulce linfa» o patos que «hablaban entre los juncos como los enamorados».

Codo con codo en la exaltación del medio y sus moradores («El pastor de la Fuente del Oso»), vierte el poeta su compromiso humanista en el amor a la dureza del trabajo manual, y escribe en «Raíces» octosílabos como éstos: «Tierras pardas y rojizas/ donde se afana el labriego/ con manos de pie de viña/ y con los labios sedientos/ de fuentes que ya no cantan».

En otros casos, las faenas laborales son el marco de escarceos sexuales que dan lugar a escenas como la que se pinta en «Aqua vitae»: «Y entre las piernas de nácar/ -sabor a mieles y a harina,/ hermoso huerto de rosas/ de pétalos sin espinas,/ umbrales de una caverna/ donde yacen las delicias-/ el labriego castellano/ hace un hoyo en las espigas».

La nota sensual y liberadora, vitalista, aparece, mitológicamente encarnada, en uno de los textos, a mi gusto, más logrados del libro, el «Romance a la diosa de la laguna», de raigambre neopopulista. O incluso los exclamativos versos, de filiación sanjuanista, de «Sed de amor», donde se proclama la fusión pasional.

Al poeta le interesa la dimensión social del presente y el pasado, pero no menos el carácter transcendente de lo porvenir. De ahí, sus reflexiones sobre la esencia de la madurez preñada de melancolía, o mismamente las lucubraciones, extrapoladas a la actualidad, sobre la existencia de un ser superior en «El silencio de Dios».

Sin falsa modestia podemos aseverar que Celso Peyroux con Los clamores del viento, especie de abanico de confidencias transformadas en afán de autoafirmación y conocimiento, queda ya literariamente emparentado con Peñascosa, topónimo que no está del todo alejado del universo ficcional asturiano, ya que, a finales del siglo XIX, el novelista asturiano Armando Palacio Valdés ubicó su novela La fe (1892) en el pueblo costero de Luanco, al que en la novela llamó, precisamente, Peñascosa.

José Luis Campal Fernández
(Real Instituto de Estudios Asturianos)

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